El Pombal crápula se extingue

nacho mirás SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Solo dos bares de alterne agonizan en un barrio que ha vivido una radical transformación

30 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

El Ramos, -o la casa de Lourdes- frente al semáforo del Cruceiro do Gaio, es el penúltimo reducto en la reserva putera del Pombal; este no es un lugar para andarse con eufemismos. El último es El Rincón, o el Copas, como también se le conoce, en Poza de Bar, junto a lo que un día fue la casa de ocupaciones. El primero es la viva imagen de un fin de ciclo, del acabose; el segundo es algo más salubre. Calle arriba hace tiempo que echó la persiana El Trébol, donde las meretrices se calentaban las pantorrillas con una estufa de butano para no acatarrarse. Hoy, en una contra cerrada, una estudiante anuncia clases particulares a 7,50.

Que nadie se crea que ganan mucho más las tres únicas mujeres que, a jueves, atardecen mirando aburridas la novela en la tele del Ramos. Tal como está el negocio, lo único que alterna en la antigua casa de Lourdes es el muñeco rojo del semáforo con el muñeco verde.

Reducto atemporal

El Ramos es una leonera atemporal, un tugurio. Tras los lamparones del cortinón, un tresillo lijado de mil culos rompe la geometría del local. Al fondo, apuntalada por unas banquetas calvas, la barra vacía. La puerta que da al Pombal está tan podrida por debajo que, para taponar la corriente, las muchachas han sellado el batiente con una chaqueta de lana. El alicatado otoñea. Según han ido pasando los años, cada azulejo mellado ha sido sustituido por otro de distinto dibujo. El resultado es un puticlub cubista de Mondrian. «No quiero fotos», dice Pepe, el dueño; mil palabras pues.

Los fluorescentes verdes reverdecen las pieles marrones de dos chicas negras y amarcianan la tez blanca de la rubia Sandra, que es brasileña.

Pepe maldice los pisos de tapadillo que han florecido, como setas, en zonas del extrarradio como Milladoiro: «O tapadillo é competencia desleal -dice con la autoridad de quien domina el terreno- eu teño que pagar IVA cada tres meses e, moitos días, marcho para casa coa recadación dun auga mineral».

Frente al tresillo hay un frigorífico combi y, presidiendo el salón, como un San Antonio o un ángel negro de Machín deslocalizados, un retrato de Michael Jackson. «Hoy no se fía, mañana sí», avisa un letrero. «Chegou a haber oito bares e todos traballaban ben -cuenta Pepe- agora xa ves o que queda». El hostelero adelanta que, como siga así, él también liquidará. «Cando a feira estaba en Santa Susana si que se movían cartos, vivían os bares, as rapazas, os taxistas... ¡Ai, aqueles feirantes que viñan de Santander!».

A Pepe se le pierde la mirada en las hebillas de la chaqueta de Michael Jackson, o en la bahía de Santander, o en un tierno almanaque de gatitos. Enseguida regresa y explica que, en los últimos días, unas nueve chicas se han acercado por su local. «Pero botan 48 horas e marchan, non hai movemento». Desde el tresillo, Sandra, la brasileña fluorescente, remacha brutal el aserto: «Hace cuatro días que no hacemos un hombre»; son los estertores de un negocio decadente.

En El Rincón, en Poza de Bar, el ambiente es distinto, más hogareño si cabe. La encargada, veterana y amable, procura que el local sea lo más digno posible. Y, en cierto modo, lo consigue. El resultado es más movimiento. De barra, de caderas y de caja.

Fuera del establecimiento, una mujer mayor, que emborrona con unos brochazos de pintura plástica su rostro marchito, hace la calle por su cuenta y tose y resuelve crucigramas. Ellas son las últimas palomas del palomar.