Las dos guerras de Tony

Por Tatiana López. Corresponsal en Nueva York

SANTIAGO

No fue el único gallego que estuvo en Vietnam, puesto que otros emigrantes en EE.UU. se enrolaron también en el Ejército, pero sí es el único que quiere hablar de ello. En realidad, Antonio portela libró dos guerras: una frente al Vietcong y otra con la administración americana, de la que obtuvo una jugosa compensación económica

17 abr 2011 . Actualizado a las 14:08 h.

Antonio Portela, Tony en su vida americana, nació en la localidad gallega de Mera, pero tuvo que hacer el servicio militar en la guerra de Vietnam, ese conflicto bélico que la mayoría relacionamos con los fotogramas de algunas de nuestras películas favoritas, pero que todos sabemos que no fue una ficción. Como Tony, se calcula que en los años sesenta decenas de emigrantes gallegos fueron enviados por EE. UU. a este pequeño rincón del mundo como parte de una política migratoria que supo nutrirse de la sangre de los que llegaban por barco, pero que nunca reconoció su servicio.

Es más, en el mes y medio de investigación que ha llevado la realización de este reportaje, este periódico no ha sido capaz de encontrar ningún documento histórico que acredite cuántos españoles en total llegaron a participar en la que fue la guerra más recordada de la historia americana. La huella de los combatientes de nuestro país se pierde, por lo tanto, en un gran ovillo de memorias guardadas en los bolsillos de los emigrantes que todavía quedan en EE. UU. y cuya aportación ha sido fundamental para la elaboración de este trabajo. Un secreto a voces que en el popular barrio de Newark, en el estado de Nueva Jersey, suena desde hace décadas en los corrillos de las conversaciones de bares, pero pocos de sus protagonistas se atreven a contar algo a un diario.

Para algunos de los que estuvieron allí, el silencio es su forma de vengarse contra un país que solo supo pronunciar su nombre en las listas de reclutamiento. Para la gran mayoría, sin embargo, Vietnam es aún una espina que pincha si se la toca. Por eso, si la periodista insiste demasiado la herida acaba supurando: «Se lo pido por favor que no me llame más, que este tema me molesta». Es lo último que uno de los ex combatientes gallegos declara por teléfono tras ser contactado por tercera vez por La Voz para hablar sobre su pasado.

Asesores de combate

Aunque algunos historiadores se empeñan en hablar de la guerra de Vietnam como un conflicto dilatado en el tiempo cuyo origen se remonta en realidad al proceso de descolonización de Indonesia, la mayoría de los expertos coinciden en que la lucha de EE. UU. contra el Vietcong no comenzó en realidad hasta mediados de la década de los sesenta.

«Existen, eso sí, pruebas de que el Gobierno estadounidense comenzó a mandar lo que entonces se conocían como asesores de combate, es decir, cuerpos de élite», según explica para La Voz el profesor de la Universidad de Rutger y autor de numerosos libros sobre el conflicto Bruce H. Franklin.

Según Franklin, estos asesores carecían, sin embargo, del permiso de intervenir directamente en la guerra, por lo que no fue hasta el desembarco masivo de soldados varios años después cuando la historia oficial empezó a escribirse.

«El año de 1965 marcó, sin duda, un punto de inflexión en la manera en que EE. UU. decidió enfrentarse al conflicto porque esa fue la fecha en la que comenzaron los reclutamientos obligatorios».

Ese año también a Antonio Portela, un emigrante gallego nacido en la localidad de Mera, los estragos de la adolescencia comenzaban a asomarle a la cara en forma de pequeña pelusa. El destino había querido que Tony tuviera que pasar este humillante trance a miles de kilómetros de su casa, y después de que su padre, Antonio Portela Pereira, viajara con su familia a los Estados Unidos, beneficiándose de la política de emigración que permitía ciertas cuotas de extranjeros siempre y cuando estos tuvieran lazos familiares en el país.

«Mi padre tenía ya varios hermanos en Newark, así que a nosotros nos permitieron llegar en barco cuando yo era todavía un chiquillo con apenas 14 años. Los primeros años aquí los recuerdos duros, aburridos. Yo no hablaba inglés y además echaba mucho de menos mi casa», recuerda ahora en un castellano con claro acento americano.

Un antes y un después

Pocos años después, el joven adolescente Portela lucía ya un bigote frondoso, casi arrogante, que daba a su aniñada cara una madurez impostada. Es esta mata de pelo, pegada a su labio superior, lo primero que llama la atención en las decenas de fotografías que el gallego sacó durante su paso por la guerra. En casi todas estas instantáneas, muchas de las cuales han permanecido bajo llave hasta la publicación de este articulo, Tony aparece con un semblante tan serio que a veces causa dolor. Sobre su frente se impone como una cicatriz un ceño que deja entrever la profunda transformación que Vietnam tuvo sobre este joven cuya vida se partió a raíz del conflicto. En otras palabras, hubo dos Antonios: el que se fue a la guerra y el que regresó de ella.

«Antes de la guerra, yo era un joven pues como todos, un poco inconsciente. Quizá por eso decidí presentarme voluntario al conflicto, porque pensé que así podría elegir mi destino y ese fue mi error. Por otra parte, a mí los estudios no se me daban nada bien, así que cuando llegó la hora de marchar al servicio militar tenía muy pocas probabilidades de salvarme». Como la mayoría de los jóvenes que acabaron dando con sus huesos en los campos de arrozales, también Portela poseía dos condiciones que compartían el grueso de los primeros soldados que se enviaron a Vietnam: tenía más de 19 años en un país necesitado de jóvenes y era, además, pobre.

Gente con pocos recursos

«Aunque técnicamente cualquier persona era susceptible de ser llamado al servicio militar obligatorio, lo cierto es que, sobre todo al principio de la guerra, la mayoría de los que mandaban eran personas con pocos recursos», explica Franklin, quien añade que «esto se debía, sobre todo, a la excepciones que existían para los jóvenes que estaban en la Universidad u otras decisiones que se fueron tomando sobre la marcha».

Cuentan las crónicas de la época, por ejemplo, que la decisión de John F. Kennedy de excluir a los hombres casados del servicio militar acabó provocando al principio del conflicto una auténtica avalancha de reclutas a la ciudad de Las Vegas, adonde las jóvenes parejas recurrían para tratar de conseguir un matrimonio exprés.

Pero si los hombres casados quedaron exentos de ciertos servicios no ocurría lo mismo con los emigrantes legales, quienes, desde 1917, tienen la obligación de servir en el Ejército estadounidense cada vez que este necesite de sus servicios. Eso sí, sin derecho a ningún rango. De hecho, Tony explica que él renunció a tener la nacionalidad estadounidense hasta regresar de Vietnam, para huir de responsabilidades «y también de misiones demasiado peligrosas».

«Dentro de la mentalidad de la época, y hasta que en 1979 el ejército pasa a profesionalizarse, lo cierto es que enviar a emigrantes a las guerras se veía como un proceso de educación de lo que era ser un americano, aunque no siempre significaba obtener los papeles», en palabras para La Voz del historiador de la Universidad de Carolina del Norte Michael H. Hunt.

La decisión de Estados Unidos de recurrir a sus emigrantes para combatir el comunismo de la época acabó incluso provocando un terremoto diplomático con la República Federal Alemana tal como atestigua un editorial publicado por el periódico Los Ángeles Times en 1965 y cuyo titular, «Los emigrantes también tienen que ir a la guerra», no deja lugar a dudas.

Pero mientras naciones como Alemania se atrevían a cuestionar la legitimidad de llamada a filas de Estados Unidos, y protegían así a sus ciudadanos expatriados, el panorama en España era muy diferente.

Y es que en aquella época en que los españoles vivían en blanco y negro, la guerra de Vietnam supuso para Francisco Franco una oportunidad de oro para afianzar su alianza con Estados Unidos, un país al que el dictador trató de acercarse hasta el día de su muerte.

Así lo constata una reunión celebrada en 1966 entre el secretario de Defensa estadounidense, Dean Rusk, y el autodenominado Caudillo de España, tras la cual Franco se comprometió a enviar a 12 médicos españoles al conflicto, como muestra de su apoyo incondicional a la causa anticomunista y como fin para acercarse algo más al nuevo continente.