Francisco Ayala, lección de historia

SANTIAGO

«Procuro adaptarme a los avances, porque veo que mucha gente se niega a ello y se separa del mundo. Pero yo quiero estar en el mundo en el que los demás están hoy día, no en el que estuvieron hace treinta o cincuenta años».

13 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Ahora que su sillón en la Real Academia de la Lengua está en trámites de ser ocupado por un nuevo miembro, es oportuno recordar a uno de los grandes escritores del siglo XX: Francisco Ayala (Granada, 1906?Madrid, 2009). Su extensa obra y los reconocimientos recibidos lo sitúan entre los más importantes. Ahí quedan el Premio Príncipe de Asturias, el Nacional de Literatura y el Cervantes para atestiguarlo. «La tragedia nacional no le permitió desarrollar todo su talento. Aun así consiguió situarse entre los grandes del siglo. Era un escritor a la antigua usanza, [...] que ha dejado un legado literario que brilla por su coherencia», escribió Julio Llamazares como apunte necrológico cuando murió el 3 de noviembre del 2009.

Este encuentro con Francisco Ayala fue compartido con otros profesores, críticos y escritores en el descanso de un curso de verano en El Escorial, a finales de los años noventa. Habló en un tono amable y sencillo como si, en vez de para muchos, estuviese hablando para un solo interlocutor. Cumplidos ya los 90 años, su frescura y lucidez intelectual, así como su sentido del humor y sencillez, nos sorprendieron muy gratamente. Era una alegría verlo lleno de ánimo y tan lúcido, casi una esperanza para todos nosotros.

Francisco Ayala había estudiado Derecho y Filosofía y Letras. Fue letrado de las Cortes durante la República y profesor de Derecho en la Complutense. Al terminar la Guerra Civil, se exilió a Buenos Aires, donde vivió diez años para pasar luego a Puerto Rico como profesor de Derecho y más tarde a EE.?UU. como profesor de Literatura Española en universidades como Princeton, Nueva York y Chicago. En 1960 volvió por primera vez a España y en años sucesivos repitió cada verano, hasta que en 1976, muerto Franco, se instaló definitivamente.

Observo a este hombre con el mismo interés que si tuviera delante de mí todo el siglo XX desplegado en capítulos, pues Ayala conoció y vivió sus episodios más importantes: la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa, los vanguardismos artísticos, la generación del 27 (era su último representante vivo), la Segunda República, la guerra española, el exilio, la Segunda Guerra Mundial, los grandes cambios sociales, los avances de la ciencia, la revolución informática...

En relación con la informática, en un momento del coloquio, comenta que usaba el ordenador desde que empezaron a venderse. De hecho su artículo Mi ordenador y yo, de 1985, en el que decía que «ningún escritor que se precie debe usar otro instrumento de trabajo que la última máquina producida por la industria electrónica», estuvo colgado en Facebook: «Procuro adaptarme a los avances, porque veo que mucha gente se niega a ello y se separa del mundo. Pero yo quiero estar en el mundo en el que los demás están hoy día, no en el que estuvieron hace treinta o cincuenta años».

Antes y después de la Guerra Civil

La crítica ha dividido generalmente su trayectoria narrativa en dos etapas: la anterior y la posterior a la Guerra Civil española. De la primera habría que citar Cazador en el alba (1930) y la segunda arranca con Los usurpadores (1949), y se va consolidando con seguridad y brillantez con títulos como La cabeza del cordero (conjunto de relatos, 1949), Muertes de perro (novela, 1958) y El fondo del vaso (novela, 1962). Su dedicación a la literatura fue total, como lo demuestra su voluminosa obra narrativa y ensayística. Él tiene interés en recalcarlo: «Para mí la literatura es algo congénito: estuve en contacto con ella desde siempre, pero sobre todo desde que empecé a entender el mundo. Antes de poder escribir realmente, ya estaba fantaseando a través de mis lecturas. Después tuve mucha suerte, porque a los 20 años ya pude publicar mi primer libro gracias a la ayuda de un amigo de mi familia, lo que para cualquier joven de hoy sería harto difícil. Yo digo que la literatura es lo esencial, lo básico. Todo lo que no sea literatura no existe. Porque ¿dónde está la realidad? Un árbol lo es porque uno lo está nombrando. Y al nombrarlo está suscitando la imagen inventada que teníamos. Pero si no lo nombras el árbol no existe. Si hoy tengo que definirme como escritor, diría que soy un novelista, en el sentido de creador...»

«Yo he escrito desde siempre [...]. El sentido de mi vida está en la literatura, esa es la verdad [...]. En la vejez última he descubierto que eso de literatura y realidad es una falsa contraposición, la realidad es la literatura. La realidad real no es real, no existe».

El exilio

Sus muchos años en el exilio no han dejado un especial dolor en el ánimo del escritor. Fiel a su máxima de que «hay que saber adaptarse a todas las situaciones», logró encajar en Buenos Aires involucrándose en su vida cultural y social como si fuera su propia patria. Encontró trabajo en el periódico de más tirada y prestigio, La Nación, colaboró en la revista Sur y en la editorial Losada, cofundó con Lorenzo Luzuriaga la revista Realidad y se relacionó con los grandes escritores del momento, como Borges, Cortázar o Bioy Casares.

«El exilio es un horror, nadie lo duda, es un sentimiento insoportable. Pero la realidad para mí fue otra, mucho menos dura. De entrada, la mayoría de los españoles que nos fuimos a América subimos de categoría profesional, los profesores de instituto eran catedráticos, éramos un exilio privilegiado. El obrero cambió el cocido por el bife argentino. Sí, detalles materiales, pero reales. Así que nada de llorar penas, nada de víctimas, nada de pobre exiliado.

«Yo quería integrarme en la nueva realidad [...]. No quería ser uno de esos republicanos de café, dando vueltas al pasado, pensando obsesivamente en un regreso [...]. Yo no quería pensar en volver a España en mucho tiempo. Sabía que nunca podría regresar a la España que dejé, que volvería a otra España muy distinta a la que habíamos vivido [...]. Yo no quería que me pasara lo que a un antiguo amigo, a un conocido escritor, que después de haber hecho su carrera en América, volvió y se sintió desencantado porque aquello que vio ya no era lo que había dejado. ¡Pero qué se pensaba: ni al día siguiente hubiera sido lo mismo que dejamos!».

Francisco Ayala habla con soltura y hasta con entusiasmo de la España republicana: «En esos años el pensamiento español dejó de ser una curiosidad para convertirse en algo universal, casi como lo había sido en el Siglo de Oro. Quizá el intelectual más importante del momento haya sido Ortega y Gasset: hablaba y pensaba como un europeo, sin esos complejos de atraso y aldeanización que estaban tan arraigados en España con referencia a Europa. Él ayudó a modernizar nuestras concepciones artísticas, sociales y políticas».