De Caneda podría decirse aquello de «genio y figura hasta la sepultura». No en vano, su legado como dirigente en el universo balompédico, repleto de luces y sombras, es incuestionable. Si se hubiese retirado de la escena a mediados de los noventa solo se hablaría de su perfil exitoso, porque cogió al Compos al borde de la desaparición y lo llevó a Primera División.
También se le conocería por su facilidad para transgredir las frases hechas. De algunas, muy conocidas, puede dar fe el que suscribre. Tal es el caso de «pataca menuda», «creer a pies juntitos», «adonar la píldora» o «rascarse las vestiduras». Otras, como «nadar en la ambulancia» o «resurgir como el gato Félix» probablemente respondan al imaginario popular. Y, sin duda, una de las más célebres es la de «estar entre la espalda y la pared». Tomándola literalmente, cabe asegurar que Caneda ya ni siquiera está entre la espalda y la pared, si es que existe esa posibilidad física. Ni entre la espada y la pared. Ya no está. Y ya no valdrá como excusa. Si a corto o medio plazo Compostela sigue siendo el único municipio del mundo con tres equipos en Preferente, uno en División de Honor juvenil, ninguno en Liga Nacional Juvenil y todo un reino de taifas desde ahí hacia abajo, no se le podrá echar la culpa a Caneda, el mismo que pisó la cima con los colores azul y blanco y que acumuló después un rosario de incumplimientos. Y lo peor para él es que la imagen más reciente suele ser la que más pesa.