Ángel Olaran: «En Wukro no tienen nada, pero lo dan todo»

Nacho Mirás SANTIAGO/LA VOZ.

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La Fundación La Rosaleda premia al apóstol de los huérfanos de Etiopía, que lucha para que los niños accedan a la educación

11 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

En Etiopía lo conocen como Abba Malaku. El guipuzcoano Ángel Olaran, misionero que ha dedicado buena parte de su vida a África, recibió ayer el Premio de Acción Social Axuda 09, convocado por la Fundación La Rosaleda con la colaboración de Caixanova. Fue la enfermera del Clínico Jessica Villares, que colabora con el trabajo que realiza el padre Ángel, la encargada de recoger un galardón que es un pequeño espaldarazo a una labor interminable.

Desde su misión en Wukro, al norte de Etiopía, Olaran se mostraba muy contento con el premio, «una sorpresa que no me esperaba, ni siquiera sabía que era candidato». A renglón seguido, el padre Abba Malaku puntualiza que, por otra parte, «lo triste del caso es que tenga que ser porque haya huérfanos y pobres». Pero sí que considera que es un gesto «de valor significativo».

Olaran habla del Proyecto Wukro, que se inició con una escuela de Secundaria en 1992. «Hay que pensar -dice- que en ese momento había cuatro escuelas de Secundaria para una población de cuatro millones de habitantes». En paralelo se han desarrollado escuelas profesionales y una relación directa con más de mil niños huérfanos de padre y madre, además de otros doscientos que no tienen padre y cuyas madres se encuentran enfermas.

Los microcréditos son otra de las actividades que capitanea el misionero vasco, pequeñas cantidades que ayudan a que mujeres sin medios, principalmente, saquen a sus familias adelante. «Pero la reforestación y la conservación del agua son otras preocupaciones con las que trabajamos», indica el premiado, que incide en una idea que no es un tópico: «Ellos no tienen nada, pero lo dan todo».

Hasta 600 personas, el 85% mujeres, trabajan en grupos realizando bancales y zanjas que sirvan para que la poca lluvia que cae en la región penetre en el suelo y se pueda así excavar pozos. «Lo bonito -explica- es que si en un grupo de quince hay cinco que trabajan, otras están cuidando de sus niños, otras se relacionan con otro grupo para ver cómo les va, pero no hay un reloj, nadie controla su trabajo, es una forma mucho más humana de hacer las cosas. Al final del día, nadie ve si uno ha hecho más o menos, es un trabajo de conjunto. Ellas humanizan de una forma muy bonita la tarea diaria».

La crisis del primer mundo también salpica a África. «Nos toca indirectamente -dice Ángel Olaran- porque los precios de las materias primas cotizan en bolsa y suben».

En cualquier caso, añade, «llueve sobre mojado». Para el misionero, el problema de las personas con las que trabaja no es llegar a fin de mes: «El problema de estas personas es llegar al final del día».