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Manuel Vilaró

AL SOL

07 ago 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Llegó a Santiago de Compostela vistiendo un vaquero que en lugar de arrugas tenía ojeras, un polo con un cocodrilo demandado por plagio y unas zapatillas con hiperhidrosis crónica. Pasó el tiempo, y sin apenas darse cuenta, fueron apagándose los días y encendiéndose las noches.

Y con ello descubrió todo lo que le era inherente; las chicas, siempre con el semáforo en rojo; los pubs, siempre con el semáforo en verde y la ciudad, siempre con el semáforo en ámbar. Pero le duró poco el Principado de la Mentira.  Una tarde de Febrero, su Padre apareció en la infravivienda donde realmente, ni estudiaba, ni vivía. Al abrir la puerta, le paralizó un abrazo de los que sólo su Padre sabía dar y en los que cogía todo un mundo.

Sin articular palabra y sabiendo que había arruinado su vida por completo, derrotados ambos, Padre e hijo, iniciaron el camino de vuelta a casa. Ni un reproche, ni un mal gesto, ni una mala palabra recibió de sus padres. Jamás. Pero como no hay peor Juez que uno mismo, vivió lamentando profundamente en quien se había convertido y sintiendo en el alma el daño irreparable que había causado en aquellos que más lo querían. Hasta que otra noche en blanco de otro día en negro, tomó una decisión.

Trabajaba de día, estudiaba de noche y dormía los domingos en misa de doce. Treinta y ocho meses después y habiéndose curado a sí mismo sin la ayuda de nadie, invitó a sus padres a cenar. En el transcurso de la cena les dijo que le quedaba una asignatura para terminar la carrera que tiempo atrás ni siquiera había iniciado.

Como nada sabían sus padres del retorno de su hijo a los estudios, la reacción lacrimal fue de tal intensidad que el camarero pretendió inmolarse en la parrilla creyendo que el estado de la carne había sido la causa del drama familiar. Hoy ha pasado el tiempo y Papá ya no está, pero recuerdo su última palabra, «gracias».

Hoy ha pasado el tiempo y Mama sigue a mi lado preguntándome cada día por aquella última íntima confesión. Nunca lo he hecho. Lo haré, en el trance más duro, que sé que llegará, y en ese momento le diré a ella, también al oído, «gracias».

Manuel Vilaró. Abogado. 54 años. Lugo.