El murciélago

María José Pita Conde

AL SOL

29 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Voy en el tren, es lunes y me dirijo a A Coruña a pasar el día con mis padres. Hoy me toca estar con ellos para recibir a la enfermera, que le pondrá el antibiótico a mi padre. Está en hospitalización domiciliaria debido a una neumonía, no covid. Miro por la ventanilla, voy bien. El día está nublado y no puedo olvidar el suceso ocurrido hoy por la mañana en la cocina, cuando tomaba zumo de naranja.

El revisor me saca de mi abstracción pidiendo el billete y preguntándome si vengo de Ourense; después me susurra: «Este no es...» (¿No es qué? Me asusto; a ver si he cogido un tren equivocado).

Aún tengo los nervios a flor de piel. De nuevo en la cocina, sentada, leyendo el suplemento del periódico del domingo, noto a mi derecha algo de movimiento.

Clavo la vista en el suelo y contemplo como un ser extraño, pequeño y negro; agazapado entre el final del pasillo y la entrada a la cocina avanza arrastrándose lentamente. Inquieta pego un salto y ¡por Dios! Es un murciélago. Entre horror y extrañeza me escondo en la habitación de al lado y cierro la puerta para que no se vea.

A través del cristal de la puerta observo qué hace, quiero ir a coger un palo o algo para defenderme, pero estoy paralizada. A ver si se va a poner a volar. Sin perder de vista sus lentos movimientos llamo gritando a mi marido.

—¿Qué, ya es hora de ir al tren?— Me pregunta.

—¡Ven aquí, rápido!— Mientras espero, veo cómo se introduce entre el hueco del lavavajillas y el zócalo de piedra Porriño de la cocina).

—¿Qué pasa?

—¡Hay un murciélago ahí dentro!

Incrédulo y sin tiempo para reaccionar, después de unos segundos eternos, comprueba atónito cómo sale del hueco asomando la cabeza y arrastrándo las alas.

—Trae una escoba y una bolsa, ¡rápido!

El tren llega a su destino. Mis padres no dan crédito a lo que les cuento. Abro a la enfermera cumpliendo con todos los protocolos anti-covid.

María José Pita Conde. Maestra jubilada. 61 años. Santiago de Compostela.