Los pinos

Rosario Barros Peña

AL SOL

24 ago 2020 . Actualizado a las 13:46 h.

Es un mar verde con un oleaje imperceptible formado por los diferentes reflejos que el sol dibuja sobre los pinos. El hombre coloca su mano sobre los ojos e intenta abarcarlo con una mirada. La humedad se le enreda en las pestañas y se desdibuja el verde y el gris azulado del cielo.

Es un sueño. Ni casas, ni senderos, ni prados. Solo pinos. El sueño de su abuelo.

-Así tiene que ser, abuelo -susurra-.

El abuelo Juan. El único familiar de aquel niño solitario y enfermizo a quien sus padres no sabían cómo tratar.

Cuando murió la abuela, al hombre se le hizo demasiado grande el campo y se fue a la ciudad, a compartir el piso de su hijo, a conocer a su nuera, a intentar comprender a aquel pequeño que al principio se le resistía. Pero luego no. Luego con la soledad del niño y la del anciano se formó una gran compañía.

Abuelo y nieto hacían planes. Y había uno, grande, inmenso, que lo abarcaba todo.

-Pinos, chaval, pinos. Un día volveré a la aldea y plantaré pinos. No quiero eucaliptos. Solo pinos.

Pero una noche corta, de un junio lleno de sol, el abuelo Juan se puso malo. Una ambulancia lo llevó al hospital y a los pocos días, un coche fúnebre lo dejó en el cementerio.

El niño no se enteró. Los padres pensaron que un disgusto así no podría superarlo.

-Volvió a la aldea -le dijeron-, a plantar los pinos con que soñaba. Vendrá a buscarte cuando termine.

Pero no volvió. El pequeño no lo entendió. Preguntaba y había solo una respuesta: «Son muchos pinos».

El niño dejó de preguntar y se enrabió porque aquel abuelo que parecía tan amigo suyo lo había olvidado.

Dos años después, los padres le confesaron que el abuelo se había muerto y que por eso no podía volver. Y fue entonces cuando la vida dejó de valer la pena para el chiquillo. Por la muerte del abuelo y por la rabia que había sentido al pensar que él lo había abandonado. Quiso morirse. Dejó de comer y se hundió en una tristeza gris, que se convirtió en una niebla oscura que amenazaba con tragárselo.

Un psicólogo dijo a los padres: «Necesita una razón para vivir». Y los padres la encontraron: los pinos.

El chaval vio como, año tras año, el valle se llenaba con los arbolillos soñados.

El hombre sigue ojeando el horizonte.

-Aquí están, abuelo. Mira qué hermosos. Nuestros pinos. Nuestro sueño.

Rosario Barros Peña. Pensionista. 85 años. A Coruña.