Un halo de esperanza

Clemente Roibás

AL SOL

12 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La noche era clara y hermosa, las estrellas brillaban con todo su esplendor y una agradable brisa acompañaba a la gente que a esas horas caminaba por el bello paseo marítimo de la Torre de Hércules. El mar, habitualmente bravo y salvaje, estaba tranquilo y sosegado, como si durmiera plácidamente. Las parejas se paraban a observar el hermoso paisaje aprovechando para besarse y hacerse promesas que quizás nunca cumplirían, pero la belleza del lugar y el momento daban pie para eso y mucho más.

Carlos Díaz, sentado en una roca, los observaba en silencio. Sentía envida, no podía remediarlo. Muchas veces había recorrido ese lugar agarrado de su preciosa esposa. Clara, su único amor, la mujer de su vida. Pero un borracho al volante había terminado con su felicidad seis meses atrás. La desesperación más absoluta se apoderó de él cuando recordó esa llamada. Una llamada que lo cambió todo.

Fue un 20 de octubre y la voz del policía fue amable, considerada, llena de ternura y comprensión. Carlos tardó en reaccionar, apenas podía creerlo. Tan solo unas horas antes habían estado amándose como si no hubiera un mañana. Por desgracia, ya no lo habría.

Volvió al presente y miró a sus pies. Al menos había cincuenta metros entre él y esas rocas en pleno mar. La caída lo mataría en pocos segundos. Las lágrimas surgieron con fuerza cuando la recordó una última vez. Luego se puso de pie y se dispuso a dar ese último paso, ese que acabaría con todo. De repente una estrella comenzó a brillar con fuerza. Era de tal hermosura que no pudo evitar contemplarla y, para su sorpresa, le pareció ver reflejado durante unos instantes el bello rostro de su mujer.

Aturdido, bajó la cabeza y cuando volvió a levantarla, allí seguía, mirándolo. Definitivamente estaba perdiendo la razón. Luego, desapareció. Desconcertado, comenzó a caminar en dirección al famoso faro y durante unos minutos permaneció allí, pensando en lo que acababa de ocurrir. Decidió que había sido una señal de su amada. Ella siempre había odiado a los que se rendían. No podía decepcionarla.

Volvió para su casa y juró que lo intentaría. La vida sin ella sería dura, ya lo estaba siendo, pero no podía fallarle.

A ella no.

Clemente Roibás. Escritor. 51 años. A Coruña.