Félix y Rosa

María Jesús Martínez Martínez

AL SOL

María Jesús Martínez Martínez. 54 años. Oleiros. Profesional de tecnologías de la información

08 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Tenía veintiún años y aquel era mi primer trabajo. No hacía ni siete que se había aprobado la Constitución. En el edificio de techos altos, escaleras de mármol y grandes cuadros con escenas en blanco y negro en sus paredes, se conservaban todavía las viejas costumbres de la época. La insolencia de mi juventud y mi trabajo con los ordenadores fueron ubicados en la planta baja, en un cuartucho con aires de modernidad situado al fondo de un almacén donde acababan todos los objetos en desuso. Allí estaba también Félix, como un viejo trasto más. Félix era una versión triste de sí mismo. Cargaba con la amargura de los sesenta años de un homosexual de finales de la dictadura. Pelo cano, cardado. Traje gris. Sobre las cejas se ponía una pomada densa y amarillenta que le confería un aspecto poco agradable y despedía un pestilente olor que me obligaba a contener la respiración cuando pasaba cerca. Del «¡Buenos días, Félix!» y «¡Buenos días, niña!» del principio, pasó, a medida que cogía confianza, a soltar toda una retahíla de insultos e improperios sobre Rosa, como si fuese ella la persona a la que más odiaba. Aunque lo que en realidad detestaba era el mundo.

Rosa pasaba toda su jornada tras un alto mostrador de madera situado bajo la escalera principal. Como única compañía: la centralita y el enorme libro con la lista de teléfonos que ella misma había elaborado a lo largo de sus muchos años de telefonista. Era seria y daba poca conversación. En su tiempo libre, fuera de aquel mecánico y aburrido trabajo, pintaba, lo que denotaba una sensibilidad difícil de intuir conociendo su carácter, algo huraño, incluso. Éramos los únicos que ocupábamos aquella parte del edificio, y yo asistía pasiva al intercambio de lances cargados de odio que ambos se dedicaban a diario.

No tardó Rosa en jubilarse. Y Félix dejó de venir a trabajar. De baja por depresión. Se decía que su novio lo había abandonado. Supe más tarde que acabó enfermo en su casa y sin nadie a su lado. Y, por uno de esos extraños giros que da la vida, solo una persona se ocupó de él hasta su muerte: Rosa.