Lleva veinte años vistiendo a bufones, cortesanas, nobles o mesoneras; hasta para Japón se van sus diseños
19 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Es relativamente habitual escuchar que para triunfar en el mercado hay que adelantarse al futuro, pensar en los tiempos que están por venir... Guadalupe Caíño Juncal, Guada para unos y Lupe para otros, hizo justo lo contrario. Ella, hace ya veinte años, se empeñó en mirar atrás, en bucear en el pasado. Y encontró su nicho de mercado. No en vano, lleva dos décadas dedicándose a la confección de trajes medievales y hoy por hoy su negocio, que antes abarcaba cosas distintas, se centra en vestir la Edad Media. Tiene habitualmente un estocaje de unos cuatro mil trajes que se van renovando día a día, ya que unos se venden y alquilan mientras de su mente y sus manos creadoras van saliendo otros nuevos. Guadalupe es de Bueu y desde ahí trabaja. Pero sus diseños llegaron ya incluso a Japón.
Todo empieza cuando Guadalupe era pequeña, en su Bueu natal. Con cada tela que veía libre ella se apuraba a confeccionar vestidos para las muñecas. Así que no es de extrañar que a los trece años se sentase al lado de una tía costurera, la tía Carmen, a aprender a coser. Con ella adquirió los primeros conocimientos y, ya un poco más mayor, fue otra mujer, Marina, la que le enseñó patronaje y corte. El caso es que Guadalupe se convirtió en modista en su pueblo. «Hacía trajes de señora, vestidos, lo que me pedían, como las otras modistas, lógicamente», cuenta ella.
Hace 27 años, decidió abrir una tienda relacionada con todo el mundo de las telas, la decoración... Pero no se quedó con la tienda y punto. Descubrió que había algo que le encantaba hacer: «Me metí a fondo con los disfraces. Es una cosa divertidísima. La verdad es que nos lo pasábamos en grande (habla en plural porque tiene una compañera con la que lleva años trabajando)». No sabe muy bien cómo, cuando estaba metida a fondo en el asunto carnavalero, surgió la idea de hacer trajes medievales, hace ahora unos veinte años. Regaló entonces unos dos mil disfraces.
En realidad, aunque miró al pasado para empezar a confeccionar vestidos de mesonera, bufones, nobles, campesinos o reyes, Guadalupe reconoce que fue una visionaria: «La verdad es que cuando empezamos no había tantas ferias medievales, pero luego empezaron a proliferar y la cosa fue a más y ya no paramos. Ojalá sigamos así porque yo reconozco que el tema medieval me cautivó desde el principio», explica.
Por toda España
Guadalupe tiene muy claro qué no va a contar de lo que hace. Y uno de los secretos que no desempolva es cómo se documenta, en qué se inspira para sacar adelante sus colecciones. Sí, sí. Porque cada año hay modelos nuevos. Por ejemplo, en esa temporada, la sensación es un vestido denominado
Bueu
, que al parecer es muy sencillo y asequible. Vende trajes para ferias por toda España -ahora mismo sus diseños pueden verse en locales de Pontevedra- y también ofrece sus diseños por Internet. Sus trajes, además, traspasan fronteras: «Un japonés se llevó uno y también vendimos para Francia y Suiza», cuenta con entusiasmo.
¿Qué vestimentas triunfan más, al público le gusta más ataviarse de noble e imaginarse con el poder aquel de los señores feudales, o hay más gusto por convertirse en un campesino de los que trabajaban de sol a sol, muchas veces por el plato de lentejas? «Hombre, lo de ser rico es muy tentador... pero a la gente le gustan todos los trajes, empezando por mí que cada año voy de algo distinto, desde bufón a cualquier otra cosa», cuenta Guadalupe. Ella, además del filón de las ferias medievales, ha encontrado también otra arista en el mercado por la que colar sus diseños: «También vestimos para bodas, este año nos encargaron trajes para cuatro. Tanto novios como invitados iban de medievales», cuenta. Tantos años con el negocio dan para muchas anécdotas. Desde la confección de vestidos para actrices a los clientes que le pidieron diseños idénticos a los de Juegos de Tronos.
Guadalupe, que responde a las preguntas con precisión, suelta una carcajada cuando uno le pregunta cómo va de vista tras 27 años cortando, cosiendo y rematando cada uno de los vestidos: «¡Hombre, a mis 50 años tengo gafas, pero tampoco pasa nada!». Estos días reconoce que el ritmo de producción y venta es frenético por la cercanía de la Feira Franca. Lo toma con humor. Y dice que ya habrá tiempo de descansar en invierno. Para entonces, podrá hacer lo que más le gusta después de la costura: calzarse las botas y subir a pie alguna montaña.
Le pidieron trajes iguales a los de «Juego de tronos» y este año vistió también a novios