A sus 74 años se jubila y alquila su restaurante sobre el mar en Combarro: «Se me caen las lágrimas. El médico me dijo, el corazón o el trabajo»

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

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Juan Manuel dejará O Peirao de Rial tras dos décadas disfrutando del contacto con sus clientes

31 ene 2024 . Actualizado a las 14:28 h.

Una casa de piedra con el mar golpeando en sus muros y una terraza que se abre hacia la ría de Pontevedra. Eso sería suficiente para enamorarse de O Peirao de Rial, el restaurante que se alquila en el puerto de Combarro. Pero en su interior está Juan Manuel Rial, un emprendedor que se resiste a jubilarse después de una vida de trabajo y que sigue poniendo en su relato la misma pasión que cuando hace dos décadas llegó de Suiza para comenzar un nueva etapa. «El médico me dijo que o el corazón o el restaurante», reconoce. Y ahí no hubo duda. Ganó la salud. Aunque sabe que la despedida es dura. «Cuando entro aquí y me hago un café, siento una voz que me dice que siga. Se me caen las lágrimas al pensar en dejarlo», reconoce Juan Manuel Rial, en un comedor ya vacío.

Un cartel en la puerta pone «cerrado por vacaciones», pero en realidad está buscando quien le dé una segunda vida a O Peirao de Rial después de haberlo convertido en un lugar de referencia por sus pescado y arroz con bogavante. «Quiero dejarlo en buenas manos, tenemos que meter a profesionales», puntualiza. Ya ha mantenido encuentros con algunos hosteleros, pero este restaurante es como un hijo para él y para su mujer, Trinidad Piñeiro.

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Este matrimonio lleva a sus espaldas la historia de superación de muchos emigrantes que en los sesenta buscaron una vida mejor. Juan Manuel se instaló en Suiza. Hasta hizo pinitos como boxeador porque su madre le había comentado cuánto le gustaría un hijo en ese deporte porque ganaban mucho dinero. «Yo quería enviarle dinero para vivir bien», dice con cariño. Eso fue solo una etapa en la que llegó a compaginar varios trabajos para poder ahorrar. Pero en realidad, Rial presume de haber estado un restaurante en Lausana en el que hicieron 735.000 pizzas en seis años. Es una cifra que ve a diario en la pala que su «patrón» le regaló antes de volver a España. Está colgada en la entrada a la cocina de O Peirao de Rial con media docena de recuerdos que lo llevan a Suiza a diario sin salir de Combarro.

Allá tenía una vida tranquila, pero en un viaje encontró a la venta este local a pie de puerto y se hizo con él gracias a la «palabra» de su anterior dueño. No estaba en sus planes regresar a Poio tan pronto, pero para que el negocio saliese adelante hacía falta que Trinidad y Juan Manuel estuviesen detrás del mostrador. Hicieron las maletas y comenzaron una nueva etapa pensando que algún día sus hijos se podrían quedar con el restaurante. Los chavales tienen su vida en Suiza y por el momento no tienen planes de regresar, así que toca ponerlo en alquiler. «Si no fuese por lo que me dijo el médico, seguiría», dice este hombre, que cumple 74 años en el 2024.

 

Juan Manuel Rial enseña la pala con la que hizo miles de pizzas en el restaurante en el que trabajó en Suiza
Juan Manuel Rial enseña la pala con la que hizo miles de pizzas en el restaurante en el que trabajó en Suiza CAPOTILLO

Orgulloso de su restaurante

Juan Manuel enseña el local con mimo, como si estuviese a punto de inaugurarlo. Sus ventanas dan al mar y señala el balcón del fondo del comedor para ponerle algo de humor a la despedida. «Si cobrara cinco céntimos por cada foto que se hacen en esa ventana me daba para pagar el sueldo de un camarero», bromea. El equipo que trabajaba hasta ahora y que le hizo una cena de despedida ronda la decena y luego «estoy yo, que corro por tres», dice con humor. Y añade: «En verano casi no cojo el teléfono porque hay gente haciendo cola para entrar».

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Desde que abrió el negocio en el 23 de marzo del 2005 no ha dejado de trabajar en sala. Trinidad estaba en la cocina «con unas manos de oro» para la empanada y a él le tocaba estar con los clientes. «Tú sabes la felicidad que supone que todo salga bien de la cocina y la gente diga que ha comido bien», reflexiona este empresario, que recalca que «eso pasa cuando se trabaja con amor. Nosotros no sabemos hacerlo de otra forma». Por eso, tener que cerrar la puerta le desgarra ese corazón que ahora tiene que cuidarse. «Lo paso tan bien que me da mucha pena», reconoce ya en la entrada a su local, donde confiesa que lo único positivo es que tendrá más tiempo para ver a su nieta en Suiza.