Lavinia, que a los 18 años huyó con un novio de Internet: «Duele contar lo que me hizo, pero quizás ayude a otras chicas»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Lavinia Dutza, que es rescatadora de perros callejeros, tiene una larga historia de superviviencia.
Lavinia Dutza, que es rescatadora de perros callejeros, tiene una larga historia de superviviencia. CAPOTILLO

Mujer superviviente y solidaria, dejó su país y vino a España tras un joven que abusó de ella: «Pensaba que nadie me iba a querer ya», dice

02 feb 2024 . Actualizado a las 08:50 h.

Con o sin maquillaje —aunque ella prefiere llevarlo puesto—, Lavinia Dutza, natural de Rumanía y ahora con la vida a medio camino entre su país y Galicia, es de esas personas a las que la luz le baila siempre en la mirada. Tiene duende. Y posee una actitud de empatía vital tremenda. Hace siete años, tras encontrarla casualmente en un tren y resultar inevitable dejarse llevar por su entrañable charla, contaba que estaba empezando a quererse después de muchos años dándose de lado. Era 2016 y anotaba en pósits los sueños que quería cumplir. Decía que lo había pasado mal. Daba pistas de que su llegada a España había sido dura. Pero todavía no estaba preparada para abrir su dolorosa caja de recuerdos. Ha pasado el tiempo. Ha madurado. Y ese momento llegó. Sentada en una cafetería, sin importarle que su crudo relato calle el local, pone voz a sus memorias: «Duele contar lo que me hizo mi primer novio, pero quizás ayude a otras chicas. Por eso quiero que lo escribas, aunque me ralle hacerlo público».

Viajamos con la mente al año 2005, a un pueblo de Rumanía y al seno de una familia acomodada, la suya, con fuertes creencias religiosas. Lavinia, la menor de tres hermanos, estaba en un momento de felicidad absoluta. Allí la independencia suele llegar pronto y sus padres ya le habían facilitado que se fuese a vivir sola. Ella estudiaba ópera, soñaba con casarse por la iglesia y, directamente, nunca había roto un plato. Entonces, conoció a un chico por Internet; un rapaz rumano mayor que ella que vivía en España. Se enamoró por primera vez. Y un día él apareció de sorpresa por su puerta. La voz se le entrecorta al recordar cómo fue aquello: «Abusó sexualmente de mí, eso fue lo que ocurrió. Yo no tenía ni idea de nada, era una niña», explica. En medio de aquel horror, dos ideas se apoderaban de ella: «Pensaba que era una vergüenza, que no se lo podía contar a nadie. Y que además ya no iba a quererme ningún otro chico. Porque lo que me habían dicho era que debía llegar virgen al matrimonio», explica.

Tomó, posiblemente, la peor de las decisiones. O quizás no decidió nada. Y fue su terror el que actuó por ella. Decidió venirse a España con aquel muchacho y no fue hasta estar en el aeropuerto cuando llamó a su madre para decirle lo que iba a hacer. Su progenitora no podía creérselo. Llegó a pensar que era una broma. Y ojalá lo fuese. Porque lo que vino después es el relato de una pesadilla: «Fueron cinco años terribles, en los que pasé por muchísimas cosas. Tenía una dependencia emocional de él tremenda. Trabajaba y él no, me controlaba todo... y mi familia no quería hablar conmigo. Tardaron un año en perdonarme», cuenta.

Completamente sola, se agarró a la única luz que veía en el túnel: los padres de ese chico. Ellos, que estaban en Rumanía, sí la ayudaron cuando les contó lo que pasaba. Lo llamaron con alguna excusa para que viajase al país un tiempo y, en ese impás, ella aprovechó para huir. Llevaba entonces un lustro en España. 

Vivió en distintos puntos del mapa nacional hasta que recaló en Galicia. Llegó aquí como cantante de orquesta después de haber pasado por algunas formaciones de Madrid o Asturias. Le gustaba el escenario, pero no lo echa de menos. Apañada hasta límites insospechados, se cosía los propios trajes que luego lucía en la orquesta. Tiene buenos y malos recuerdos de esa etapa; habla de hombres del negocio musical que la trataron como una hija y algún otro que pretendía otorgarse derechos sobre su cuerpo. O alguno más que la presentaba como francesa o canadiense y lo justificaba así: «Me decía que si contábamos que era rumana la gente pensaba que venía a robar».

Luchó como una fiera contra lo que consideraba injusto y nunca le faltó trabajo porque es capaz de hacer prácticamente de todo; desde ser comercial a trabajar en discotecas, cantar, poner extensiones de pelo o coser. La vida, esa que nunca deja de girar, la llevó a casarse con un pontevedrés y a residir ahora a medio camino entre España y Rumanía. Recuperó a su familia y, hace ya un tiempo, comenzó a devorar los libros que en su momento dejó aparcados. Está estudiando Administración del Estado con el objetivo de seguir el paso de sus padres y ser funcionaria. Y también ha comenzado a formarse en el campo de la psicología. A veces intercala los estudios con trabajos, y siempre encuentra un hueco para estar con los suyos. No tiene hijos. Pero sí sobrinos y amigas con hijas adolescentes. A todas está dispuesta a contarles su historia. Porque Lavinia sabe que le pasaron cosas malas. Pero se siente con suerte. Y remacha: «Lo peor es que pudieron pasarme cosas todavía peores. Corrí un riesgo terrible».

Rescató a un medio perro, medio chacal que la hizo famosa 

Lavinia Dutza es como una especie de caleidoscopio andante. Dentro de ella hay múltiples vidas e historias. Y se podría escribir largo y tendido de cada una de ellas. Porque resulta que, aunque reconoce que las redes sociales no le encantan y muchas veces le da pavor cantar ahí su vida, tiene nada menos que 469.000 seguidores en el Instagram. ¿Cómo llegó a semejante cantidad? Cuenta que fue casi una casualidad. Hace un tiempo, cuando volvió a Rumanía con su marido tras años viviendo en España, comenzaron a hacer una labor a la que están dedicados en cuerpo y alma: el rescate de perros callejeros. En esas estaban cuando encontraron literalmente tirado a Moski, que debe su nombre a que el pobre estaba completamente envuelto en moscas y en un estado de salud muy preocupante. Se le ocurrió grabar el momento en el que llegó hasta él, porque siempre tenía pena de no documentar ese primer instante en el que se salva a un animal. Subió el vídeo a las redes sociales y Moski llegó a tener varias veces 15 millones de reproducciones.

Porque además, Moski es un perro especial, ya que es medio can, medio chacal. «No sabíamos si era un lobito, si un perro... creemos que es una mezcla de can y chacal, que en los alrededores de mi pueblo abundan mucho», señala Lavinia. Luego, entre risas, sentencia: «Yo siempre digo que el medio millón de seguidores que tengo en el Instagram no es mío, sino de Moski, que es el que tiene enamorado a todo el mundo. Ahora vive feliz en nuestra casa».