Hay que adaptarse a los nuevos tiempos que toca vivir. La mascarilla es obligatoria. Hasta en misa. A la entrada de los templos, en vez de agua bendita en las pilas, feligreses y visitantes se encuentran con el expendedor de gel hidroalcohólico para lavar las manos. En muchas iglesias, esterillas impregnadas con desinfectante a la entrada aseguran la limpieza de los zapatos. En los bancos, las plazas limitadas por señales para que cada uno sepa donde sentarse. Marcas en el suelo o en las paredes indican el itinerario que deben seguir los fieles.
Estas restricciones no se suspenden con motivo de ninguna de las celebraciones de la «BBC». Se acabaron las bodas multitudinarias y hasta el tradicional «¡qué se besen!» dedicado a los contrayentes sonará raro en esta atmósfera de distanciamiento social obligatorio. Los banquetes también limitan el aforo. Las comuniones serán de dos niños por oficio con un número limitado de invitados y en la eucaristía normal. Los bautizos nunca serán tan íntimos.