El ojo que ve el espacio aéreo

Marta Gómez Regenjo
Marta Gómez NOIA / LA VOZ

PONTEVEDRA

En el corazón mismo de la base que el Ejército del Aire tiene en la sierra de Barbanza

12 oct 2016 . Actualizado a las 05:35 h.

A diferencia de lo que ocurre con las personas, el Escuadrón de Vigilancia Aérea número 10 (EVA-10) tiene el corazón y el cerebro en el mismo sitio: en una bola inmensa visible desde distintos puntos de Barbanza. Ayer, en el marco de las actividades organizadas con motivo de la Fiesta Nacional, se celebró una jornada de puertas abiertas en la que se desveló qué esconde esa enorme estructura de color verde situada en lo alto del monte Iroite. Ahí está la razón de ser de la base barbanzana, el ojo que todo lo ve, la antena que capta los movimientos de cualquier aeronave que se adentre en el espacio aéreo del noroeste peninsular.

No todos los días se tiene la oportunidad de conocer las instalaciones militares del Iroite, y de hecho la de ayer fue la primera jornada de puertas abiertas que se organiza desde su inauguración en 1985, así que el recorrido por la base es interesante de principio a fin. Sin embargo, lo más espectacular de la visita es adentrarse en esa gran bola, donde se encuentra una antena inmensa que realiza un barrido de 360 grados en apenas diez segundos -es lo que tarda en realizar un giro completo-, suficiente para captar cualquier movimiento en el espacio aéreo y recibir información en tiempo real, ya que el desfase que existe es de apenas microsegundos.

Dos radares

En realidad, no se trata de un radar sino de dos, que vigilan constantemente un radio que puede alcanzar los 300 kilómetros de distancia: uno primario, que es el encargado de detectar la presencia de aeronaves surcando el cielo, y uno secundario, que es el que las «interroga» para que se identifiquen. Los aviones emiten una señal que permite al personal del EVA-10 localizarlos y conocer su procedencia y su plan de vuelo. Esto es lo habitual, aunque puede ocurrir que la nave en cuestión no responda a la llamada, con lo que se activa un protocolo que en alguna ocasión ha acabado con el envío de cazas para proceder a su identificación visual.

Más que un ojo, el sofisticado radar que alberga la bola del monte Iroite funciona como cientos de ojos atentos a cualquier movimiento y, en consecuencia, a cualquier posible amenaza que pueda llegar por el aire, así que es vital que funcione de manera constante. De hecho, en la base de la sierra barbanzana existe un espacio con cuatro enormes motores encargados de suministrarle energía en caso de que se registre un apagón en la red eléctrica que abastece a las instalaciones.

Nunca se apaga

Sería casi imposible que el radar se apagase por falta de corriente, pero la antena sí se detiene, como ayer, para realizar labores de mantenimiento. Solo ocurre durante unas horas, y cada parada está perfectamente programa, de manera que mientras la del EVA-10 permanece quieta, es otra antena, la que tiene su base en Burgos, la que sondea el cielo. «La cobertura de los radares se solapa de manera que el espacio siempre está cubierto cuando se realiza una parada técnica», explica el personal de la base, «España nunca se apaga», añaden.

No se puede entrar en la bola del radar, que, por sus dimensiones, vista desde dentro, recuerda a un planetario, con la antena funcionando, de ahí que las visitas guiadas por el personal del escuadrón se hiciesen coincidir con las tareas de mantenimiento. Aunque esté parada, el ruido es ensordecedor, y a pesar de ello un grupo de estudiantes de Vedra que participa en el recorrido demora su salida con preguntas sobre el funcionamiento de la instalación mientras, al bajar las empinadas escaleras que conducen a la cúpula, otros jóvenes esperan su turno para subir.

Antes de llegar al radar, los visitantes que recorrieron la unidad durante la jornada de ayer pisaron distintas dependencias para conocer el modo de vida dentro de la base y las actividades que realizan al margen de la vigilancia del espacio aéreo. No en vano, el personal está especializado y organizado en distintas secciones, y mientras unos se encargan del mantenimiento del parque de vehículos, que incluye un camión antiincendios, otros se ocupan de la enfermería y de que el completo material con el que está equipada -camillas, desfibriladores, monitores, férulas de inmovilización- esté a punto.

En otra estancia podían verse los uniformes del personal, desde el que utilizan las embarazadas hasta el de gala, y su evolución con el paso de los años, pero la más llamativa, especialmente para los más jóvenes, era la zona donde se exponían las armas y la sala de tiro de aire comprimido, empleada para afinar la puntería o cuando las condiciones meteorológicas no permiten hacer prácticas en el campo de tiro. Las metralletas, alguna de las cuales puede llegar a pesar unos cinco kilos, fueron las que más interés despertaron, aunque a algún estudiante le resultaban familiares: «Alguno hasta las conocía por el nombre», explicaba un soldado.

La finalidad de todo esto, según comentó el comandante del EVA-10 al finalizar la visita, no es otra que abrirse a la sociedad para mostrar que «estamos a su servicio, estas instalaciones también son suyas».