Por la manos de Juan Peñas y Tata pasan unas setecientas personas al año que deciden operarse y más de mil que se someten a tratamientos estéticos para potenciar su belleza
09 ago 2008 . Actualizado a las 02:00 h.Pontevedra ejerce un magnetismo tan potente como invisible sobre aquellos que han nacido, se han criado o simplemente se han adscrito a la capital del Lérez con el paso de los años. La zona histórica de la capital de la provincia no hace miramientos a la hora de escoger a sus enfervorizados amantes. Esa es la razón principal, aunque no la única, que explica que el doctor Juan Peñas y su mano derecha en el quirófano, Carmen Pérez, «Tata», sigan viniendo, una y otra vez al calor que irradian las piedras de la histórica zona lerezana.
El reducto preferido por ambos es la plaza del Teucro. El principal motivo es que Tata nació en uno de los edificios que dan a este centro neurálgico y aunque confiesa que no suele volver por este rincón, sí es cierto que le produce «una emoción muy especial». Mirando hacia el Teucro protagonizó una «feliz infancia» que dio paso a una adolescencia no menos feliz. Hoy en día el edificio sigue guardando en sus cimientos aquella solera de hace años y tanto para ella como para Juan, su marido, es un referente de la ciudad.
Desde allí mismo se empieza a tejer el mapa de situación de sus vidas. Un vértice lo tienen en Miño (A Coruña), otro en Poio y otro más en Madrid, donde viven, trabajan y hacen feliz a la gente. El porqué, es la cirugía plástica y el cómo, es «ayudando al prójimo». Sobre esta idea basan su manera de entender esta profesión.
Pensamientos paralelos
Juan y Tata comparten vida, matrimonio y quirófano. Llevan tres décadas mejorando rostros y cuerpos y se confiesan un «rara avis» porque a pesar de compartir las 24 horas que tiene el día no se imaginan trabajar separados.
Cuando el calendario laboral se lo permite, desconectan en Pontevedra porque aseguran que aquí «el tiempo adquiere otra dimensión». Cuando no se lo permite, tratan a una media de setecientas personas al año que deciden ponerse en sus manos para ser operadas de distintas partes de sus cuerpos.
A este volumen de operaciones hay que sumar el millar de clientes que optan por someterse a tratamientos estéticos (intervenciones plásticas menores) en busca de estar más guapos. En todas estas actuaciones hay siempre un denominador común infalible: «Todo el mundo tiene un punto flojo en su cuerpo que quiere corregir porque le aporta inseguridad», dictamina el doctor Peñas, y añade que él, lo único que hace, además de operar a sus pacientes, es «darle la confianza y la seguridad que necesitan».
Su ideario profesional y personal tiene lecciones como la que dice que «cuando una persona se pone en tus manos no puedes defraudarla, porque te confía su propio cuerpo» o aquella otra que asegura que «no es tran frívola la estética como la pintan». Sobre esta última idea, los dos coinciden plenamente en que «el error de la gente es convertir la cirugía plástica en una frivolidad». Para explicar el razonamiento, advierten que la estética «puede frenar a la gente y muchas veces les cierra puertas, ya que esta es la única diferencia entre las distintas personas». Por eso defienden que «el cuerpo debe acompañar al estado de la mente. Si alguien es joven de intelecto no se puede detener por su apariencia exterior».
El introductor del bótox
Hoy en día hablar de bótox es algo completamente normal. Sin embargo hubo un día, no tan lejano, en el que no existía. El pionero en implantarlo en España no es otro que el doctor Peñas. Sobre esto, rescata de su memoria que «en el año 1995, el laboratorio Alergán, el que fabrica el bótox, nos llevó al dermatólogo Pedro Jaén y a mí a Bélgica. Nos enseñaron qué era este material y él lo introdujo en su campo y yo en el mío. Fuimos pioneros en esto».
Sabiendo esto, y teniendo en cuenta que ha sido escogido como uno de los cuatro cirujanos plásticos europeos más destacados, acudirá a una cumbre en Estocolmo para seguir reciclándose. Con la perspectiva que dan los años de profesión y los datos manejados, informa de que «en Estados Unidos está tan normalizado el uso del bótox que se prescriben más dosis de este producto que de aspirinas».
Una profesión «coqueta»
Si algo tiene ser cirujano plástico es que irremediablemente está unido a la coquetería y a la belleza. Además, la profesión se encuentra rodeada de un halo que roza el misterio y la discreción de todos sus usuarios. Es más, el propio Juan Peñas asegura que «la mejor operación es aquella en la que no se nota que has intervenido». Con ese objetivo se viste de profesionalidad a diario para seguir defendiendo que «la cirugía plástica bien hecha es una auténtica maravilla».
Hasta hace poco tiempo se venían asociando las intervenciones plásticas con determinado rango social. Tata, a este respecto, advierte que «lo que ha cambiado, gracias a Dios, es que ya no es algo propio de la élite, está plenamente socializado» y profundiza aún más al decir que «ya no existen los cirujanos de las artistas. Ahora esas artistas comparten asiento con la gente de la calle». El doctor, además, resuelve diciendo que «la plástica es la cirugía de la ilusión, del ánimo y de la alegría porque la gente se siente mejor».