El tiempo da y quita razones y, sobre todo, pone a cada uno en su sitio. Y creo sinceramente que el paso de los años ha colocado en el lugar que corresponde a los voluntarios de Protección Civil. Esta semana, en la delegación de la Xunta colocaban medallas a algunos que han superado los 25 años participando en estas agrupaciones, pero entre los que acudieron había algunos que fueron pioneros y suman ya cuatro décadas de dedicación. Uno de ellos recordaba que los vecinos les llamaban butanitos aludiendo al color de su chaqueta. Lo dijo riéndose pero supongo que, en aquél momento, no les haría ni pizca de gracia. Aunque, para ser sinceros, no es ese, ni mucho menos, el apelativo más hiriente de los que se utilizaban a modo de chanza para referirse a quienes, allá por los albores de la década de los 80 del pasado siglo, daban un paso adelante y se metían en estas agrupaciones. Supongo que ni siquiera ellos tenían entonces una idea clara de hasta qué punto sería de utilidad su tarea ni imaginaban lo que, a lo largo de los años, avanzaría su formación y capacitación para hacer frente a distintos tipos de emergencias. Hoy nadie pone en duda la importancia de estas personas y del trabajo que realizan. Tareas vitales en muchos casos, en las que ponen también en riesgo su propia integridad y su salud, como demostraron este verano recorriendo pueblos en Valdeorras, por ejemplo, para alertar a los vecinos de que saliesen de sus casas y escapasen de las llamas y el humo de los incendios. Lo suyo es, además, una implicación que no tiene nómina. Quizá porque no hay sueldo que pueda pagar esa disponibilidad y ese compromiso.