Isabel Díaz Ayuso y Gonzalo Pérez Jácome son dos políticos a los que habitualmente se califica de «trumpistas». Desconozco si la presidenta madrileña ha explicitado en alguna ocasión su admiración por Donald Trump, algo que sí ha hecho el alcalde ourensano en más de una ocasión. Lo que está claro es que ambos despliegan un discurso sencillo y directo, que algunos tildan de populista.
Para no hablar de gestión en materia sanitaria, Ayuso protagonizó la campaña con mensajes fáciles y directos. La libertad -un concepto complejo que ella redujo a la diversión pura y dura de las terrazas y las cañas- conectó con un electorado cansado de un año durísimo por la pandemia. Jácome acumula, por su parte, un amplio historial de promesas incumplidas y, para desviar la atención de su propia gestión, ha decidido poner el foco en los funcionarios. Dice que se escaquean y que bloquean los trámites con demoras excesivas. Y ese también es un mensaje que conecta fácilmente con los ciudadanos porque sería ingenuo no reconocer que es una convicción generalizada que muchos trabajadores públicos son vagos. Son excepciones, pero ¿quién no ha visto a alguno reiteradamente de terrazas o de compras en horario laboral?
Pese a todo, dos años después de convertirse en alcalde, da la impresión de que las declaraciones de Jácome son una excusa porque, si hay un problema en el desempeño profesional de los trabajadores, es su responsabilidad ponerle solución y no lo hizo. Ni siquiera ha implantado el sistema de control horario en el plazo que él se autoimpuso.