«Nadie se creía que iba a ser monja, pensaban que volvería en una semana»

OURENSE

Santi M. Amil

Sor Corona Fernández Méndez lleva más de 50 años dedicando su vida al cuidado de los mayores

23 feb 2020 . Actualizado a las 12:38 h.

Sor Corona Fernández Méndez (Abavides, Verín, 1948) nunca tuvo dudas, incluso cuando de pequeña decía que quería ser monja sin saber lo que eso significaba de verdad. Con una sonrisa de oreja a oreja, en la residencia San José de Rairo, esta hermanita de los ancianos desamparados, relata que, cuando era una niña, por Abavides pasaban monjas pidiendo. Una imagen que cambió su vida. «Siempre me llamó la atención que no pedían para ellas sino para los demás», relata. Con 13 años llegó a la capital ourensana para estudiar en la Escuela de Nazareth (los niños iban al Seminario) y recuerda que tenía que examinarse por libre en el Otero Pedrayo. Entonces ya lo tenía claro, quería ser monja. Una decisión que, a pesar de repetir mucho en su casa, todavía asombraba a su familia. «Nadie se creía que iba a ser monja, pensaban que volvería en una semana Ni mis padres, que se creían que iría como de vacaciones», ríe. Señala que era una niña muy feliz, alegre y viva y que quizás eso le sorprendía a la gente.

Así que, convencida, hizo el apostolado en Palencia y más tarde la destinaron a Santiago, donde tendría que tomar la decisión definitiva. En medio, su familia vivió un mazazo. Su única hermana falleció tras ser atropellada por un coche cuando esperaba en un semáforo. Una tragedia que sus padres asumieron sin intentar cambiar la vida de Corona, desde ese momento su única familia. «Mira hija, tú sigue tu vocación, haz lo que tengas que hacer y no te preocupes de nosotros», afirma Corona que fueron las generosas palabras de su padre. Y así fue. La ourensana cambió el Miño por el Mediterráneo y se desplazó a Valencia, donde estuvo 25 años, hasta que la propia orden le dijo que tenía que volver a casa para cuidar a sus padres, que estaban muy enfermos. Y lo pudo hacer en la propia residencia donde lleva ahora 24 años. Junto a ella, en el 2006 y en el 2010, murieron. «Nosotras sabemos cuando tomamos la decisión de ser monjas que nos damos a todos y que hemos renunciado a algunas cosas. Pero a veces en la distancia el amor se acrecienta mucho más. Y eso pasó con mis padres», explica. Para Sor Corona cuidar de los mayores es un regalo y cree que el hecho de que estén con ellas y no con sus familias no es un fracaso, sino un reflejo de una sociedad que les da la espalda. «En realidad la gente aquí está muy bien y vive como en familia, pero no pasa siempre. Una de las cosas que más me sorprende es cuando voy al hospital con alguno de ellos, con quienes estamos hasta que viene su familia, y veo allí a otras personas mayores que llegan solas y las ves perdidas. No saben qué hacer, adónde ir. Siempre pienso ¿no habrá nadie que les ayude? Veo que es muy frío», relata. Y es que su vida se la ha dado a los mayores y no cree que haya nada mejor: «Cuando un anciano se muere lo sientes como si fuese alguien de tu familia. Lo conoces, lo recuerdas y te llega al alma. Los echamos mucho de menos». Lo mismo que cuando fallece alguna de la otras monjas: «Se va una parte tuya. Nos duele en el alma. Has convivido mucho tiempo, es algo muy tuyo. También cuidamos de las que se van haciendo mayores, tenemos una hermanda que se dedica solo a eso». Es una mujer sonriente y optimista. Habla con naturalidad de lo que significa tener fe: «La vocación es una llamada de Dios y cuando es muy fuerte, respondes».

Su rincón. No es una monja de clausura y le gusta relacionarse, pero el lugar donde es más feliz es en la residencia San José de Rairo. Le da igual la capilla, el jardín, el comedor o las habitaciones, cada rincón forma parte de su vida. Siente que es en este lugar donde mejor cumple con su cometido y donde ha sido más feliz.

«Nosotras no vivimos entre cuatro paredes, nos relacionamos con todos»

Las hermanas de los ancianos desamparados no son monjas de clausura y siempre que quieren salen de la residencia. Pasean mucho por Ourense y acuden a charlas y conferencias que les interesan. Sor Corona señala que nota cuando que les miran por llevar el hábito y que ellas lo llevan con normalidad: «No vivimos entre cuatro paredes, nos relacionamos con todos. No es la primera vez que la gente se presigna cuando nos cruzamos. Algunos se extrañan pero muchos nos dicen que menos mal que ven un hábito en la calle. Pero hoy no hay ese respeto hacia las religiosas que había antes».

Afirma que el hábito también les ayuda en la relación con los residentes y que para ellas es muy importante: «Es algo que te recuerda y te dice a qué perteneces. Nos guarda de muchos peligros, no te metes en sitios que de otra manera sí. Tengo tres hábitos y en estos últimos 50 años no me he puesto otra cosa que esto».

En la residencia ayudan a sus 70 empleados en el cuidado de los mayores, pero también tienen tiempo para ellas: «Nosotras nos reímos mucho, incluso por tontadas. Nos levantamos a las seis de la mañana, hacemos nuestros rezos y empezamos a las 7.45 cuando entran los trabajadores. A mediodía, de nuevo eucaristía y volver a empezar».

Faltan vocaciones, afirma, pero cree que es por el problema de natalidad. «Hay menos gente para todo», afirma. Pero tiene un consejo para aquellas que quieran seguir sus pasos: «Para mí ha sido lo mejor. La decisión no fue difícil porque siempre lo tuve claro. Nunca pensé en hacer otra cosa. A veces digo, ¡madre mía! ¿Y si no fuera monja? A veces solo pensarlo me asusta».