La Esquina

Isaac Pedrouzo ESTO NO ES OREGÓN

OURENSE

MIGUEL VILLAR

17 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Las calles tenían otro color. El tipo de color que uno no puede dejar de mirar, como el de tus ojos o el de la mancha con forma de Australia que tienes en el antebrazo derecho.

Tampoco es que esté muy seguro de ello. La nostalgia suele volverlo todo borroso cuando uno decide mirar hacia atrás.

Mirar hacia atrás puede convertirte en estatua de sal, o tan solo en estatua, en espectador inútil y triste sin importancia.

Los recuerdos se agolpan y las imágenes se transforman.

Pero las calles estaban más sucias y eran más anchas. Yo era menor de edad, cuando ser menor de edad te concedía un poder inexplicable de atracción sobre los mayores. Ser el pequeño te otorga la licencia de la atención y la protección. Me dejé llevar -como se deja llevar la curiosidad y la erección- por mis amigos mayores, por su devoción sobre algunas cosas inexplicables para mí en aquel momento, la música, el alboroto, el desorden.

Todo lo que ellos adoraban estaba concentrado en un pequeño sitio de nombre poco atractivo pero eficaz: La Esquina.

Cubría el ángulo exacto que dividía las dos calles principales de los bares de copas con una puerta asomando en cada una de ellas. En la izquierda, sin embargo, una ventana a media altura servía como refugio privilegiado de los habituales.

Los bebedores adoradores sin hora de llegada.

Sentí el humo saliendo hacia fuera, olí el sudor escapando aliviado entre todas las cabezas de la gente buscando respiro, mientras yo, embelesado me hacía hueco a pesar de lo diminuto de su capacidad. Una alcantarilla en el suelo, una farola presidiendo autoritaria e infinidad de imágenes en las paredes, en el techo, todos los grupos que yo quería ser, todos los conciertos que quería ver.

Where The Streets Have No Name. I Am The Resurrection. Y la máquina recreativa de golf que no me cedía el turno.

Escuché el gol de Mijatovic sonar tímido desde el baño a lo lejos, mezclado al fondo entre algunas guitarras, mientras una señora de casi treinta se colaba dentro y me enseñaba las tetas -las primeras que vi- prometiéndome mostrar el resto si la invitaba a una. Ingenuo le ofrecí el poso caliente de mi cerveza mientras me miraba maternal con las pupilas infladas y los dientes asfixiados.

La noche podría durar tres días. ¿Qué grupo es este? Es Pi LT. ¿Y esta otra canción? Es Nancy Boy.

Y así nos costaba irnos de allí, con el vaso de tubo vacío en la mano como ancla imaginaria, mirando aquel póster del Reading, con las miradas mezcladas a oscuras.

La perplejidad de estar en casa en otro lugar.

Ya no me importaba el color de las calles, ni los nombres, ni la edad.

Grandeza sin obviedades. Con el crujir de las rodillas al bailar. Las letras mezcladas en la pared.

La Esquina dejó de ser bar en algún año que nadie quiere recordar para ser tan solo la esquina que divide las dos calles principales de los bares de copas.

Creo que a veces todavía resuena Bad en el nuevo edificio:

And so, fade away