Conozco a un adolescente que tiene a su abuela en la foto del whatsapp. A la otra abuela, si está enferma, va a visitarla en el recreo. Es un chaval ocupado. Como todos los adolescentes. Guapo, listo y popular. Pero tiene a su abuela en la foto del whatsapp, insisto. En una sociedad que desprecia lo viejo, lo gastado, me parece todo un síntoma. Un síntoma de que no todo está perdido y de que hay quien está haciendo bien eso de inculcar el respeto a los mayores. Porque son mayores. No son tontos. Ni inútiles. Aunque se hayan instalado estereotipos que nos llevan a excluirlos, a mirarlos sin verlos. Lo contaba esta semana en La Voz un enfermero que se doctoró en Derecho con una tesis sobre la discriminación por la edad. Ángel Alfredo Martínez aseguraba que con el ageísmo, que así lo llaman, pasa como con el sexismo y el racismo. Hay discriminación. Otra cosa es que algunos la tengan tan interiorizada que ni se den cuenta. «Todos asumimos ciertos estereotipos, que pueden se normales pero también pueden producir marginación y exclusión», decía el autor de la tesis. La cuestión no es baladí en una provincia más acostumbrada a morirse que a nacer. Por eso debemos tomar nota. Porque esa tendencia, apunta, puede determinar una menor calidad de vida... Y bastante tenemos ya en esta provincia con canas y con arrugas. Siempre nos quedará el cinquillo, como a la vecina de Laza que esta semana cumplió cien años, que no perdona una partida. Y la esperanza de que algún día nuestro nieto se haga un selfie con nosotros y en lugar de la foto de su chati nos coloque en el perfil del whatsapp... si es que el whatsapp sigue existiendo para entonces.