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13 ene 2005 . Actualizado a las 06:00 h.LA PALABRA envidia, como sucede con muchas en la lengua castellana, tiene dos claros significados: «tristeza o pesar por el bien ajeno» y «desear o apetecer lo lícito y honesto». Conforme pasan los años voy enriqueciendo el particular concepto y uso que tengo y hago de ambos significados. En la costumbre de tipificar las cosas, se nos llena la boca al decir que los españoles somos envidiosos. Me temo que, lamentablemente, en tal afirmación hay una carga de lo negativo. Que las personas envidiosas se visten de una apariencia amable y simpática para tapar su sufrimiento, y que pueden ser hasta respetuosas en exceso para ocultar la agresividad que les puede llegar a generar el sentimiento de envidia. Se me ocurre proponer, como deseo para el año que acabamos de iniciar, que seamos envidiosos para desear lo lícito y lo honesto. Que envidiemos, por ejemplo, a mi amigo Fernando Toriello por vivir en el campo, siendo un urbanita, y a mi afecto Antonio Vallejo por saberse el Quixote de memoria antes de los faustos que conmemoran en el 2005 la obra de Cervantes.