En directo | El retorno de los emigrantes Los pequeños pueblos ourensanos, que amenazan durante el año con quedar despoblados, reciben cientos de visitantes durante este mes y viven las romerías y los actos religiosas con multitudinario fervor
15 ago 2003 . Actualizado a las 07:00 h.Xares, A Veiga. Un domingo de agosto a la una de la tarde. Los emigrantes ya han ocupado los bancos de la iglesia y la misa la oficia don Miguel, que estuvo en esta parroquia hace ya 35 años, cuando todavía nacían niños en el pueblo e incluso había una escuela. Después de él llegó don Felipe Tostón, que lleva mucho tiempo oficiando cuatro misas cada domingo en dos parroquias del concello de A Veiga. Ha vivido en directo cómo «había cerca de treinta niños y otras tantas niñas en el pueblo que, al acabar primaria, fueron yéndose poco a poco». Esos chavales que él vio marchar son los mismos que cada domingo del mes vacacional por excelencia vuelven a misa en Xares. «Ojalá siempre fuera agosto», sentencia. Cambios sociales Desde entonces todo ha cambiado mucho. La promesa de una mejor vida en la ciudad -por muy lejos que estuviese- convenció a muchos de que la única forma de prosperar era buscar suerte emigrando. El pueblo ha ido languideciendo a la misma velocidad que aparecían en él casas de nueva construcción de la mano del sudor emigrado. Durante el invierno la población de Xares no llega a treinta personas y la media de edad es superior a la de la jubilación. La gélida iglesia parroquial es una tortura en un pueblo que, a 1.600 metros sobre el nivel del mar, llega a temperaturas escalofriantes en los meses más crudos. Eso se nota en los pocos feligreses que se atreven a acercarse a la eucaristía diaria de don Felipe. A veces sólo están él su hermana Placidia y algún otro valiente. El pueblo parece congelado, y de hecho, lo está. En invierno no se mueve ni un alma. Pero el primer domingo de agosto todo cambia. Es un día distinto y el calor abrasador ya lo avisa en cuanto empieza a caer de pleno sobre el pueblo. Parece que Xares ha estado en la nevera reservándose para los treinta días de verano en los que su población se multiplica. A mediodía se oyen a críos corretear y a no tan críos haciendo de las suyas. Las estrechas callejuelas se convierten en carreras de obstáculos con matrícula extranjera y, a la puerta de la iglesia, se forman los primeros corrillos. Desde Barakaldo, Bruselas, Barcelona o Madrid todos vuelven, aunque sólo sea de vacaciones. Culto veraniego Muchos no van a misa en sus ciudades de adopción, aunque sus hijos (ya con más acento vasco o madrileño que gallego) son los únicos que lo reconocen. Y es que esto es distinto, no es sólo el culto religioso lo que llena la iglesia de Xares en verano. Se trata de un acto social, de reencuentro, de conversación, que, al acabar la eucaristía, se traslada al vermú, la cañita y la piscina, que se abre sólo este mes. Cuando empieza la misa hay ya dentro varias generaciones de Xares con la emigración siempre presente, como un gran peso en los hombros que sólo se deja caer los treinta días de vacaciones en «casa». La iglesia está casi llena y don Miguel (imagen del pasado y presente del oficio) empieza la misa agradeciendo la visita de los emigrantes. Además, les encomienda a ponerse de acuerdo para ensayar los coros para la eucaristía solemne del próximo lunes, día 18, cuando se celebran las fiestas de Xares. El vermú La misa, no demasiado larga, acaba. A la salida se vuelven a formar los mismos corrillos que antes. Las mujeres se juntan y acuerdan el mejor momento para los ensayos y los hombres caminan con calma hacia el hotel para tomar el vermú. El recién elegido alcalde de A Veiga, Edesio Yáñez, sale de la iglesia con esa misma intención. A los quince años él mismo tuvo que emigrar y dejar su tierra durante cuarenta largos años. Pero volvió para quedarse y su mayor ansia ahora es que «esa xente que quere estar no seu país, no sitio onde naceu pero ten que marchar chorando, poda retornar se quere». En septiembre el ritmo silencioso volverá a Xares y la rutina del pueblo continuará su curso. El año no es siempre agosto y la supervivencia de los pueblos rurales no se puede ceñir al período estival. La necesidad de savia nueva clama al cielo en un pueblo en el que lleva demasiado tiempo sin niños. «Ojalá siempre fuera agosto».