La mala queja

José Francisco Sánchez Sánchez
Paco Sánchez EN LA CUERDA FLOJA

OPINIÓN

MARCOS MÍGUEZ

06 dic 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En la vida social, y singularmente en el diálogo político, hemos alcanzado una querencia extrema a lo que llamaría la mala queja. Se distingue de la queja buena y necesaria en que es permanente, no ofrece soluciones y jamás actúa, porque lo da todo por perdido o porque disfruta con el propio disgusto. Los que incorporan esa actitud terminan mal. Si persisten, acaban enfermos y ensimismados en una nube de pensamientos negativos cada vez más recurrentes y dispares. La queja se vuelve un modo de vida marcado por la mirada incansable en busca de lo negativo, dejan de ver y de disfrutar lo bueno y critican incluso lo que no merece reproche. Como consecuencia, las personas se alejan del quejoso o, si son amables, lo compadecen. Pero en ningún caso lo admiran. Menos aún en el mundo profesional: la negatividad produce mala imagen.

Por lo visto, la gratitud funciona como el remedio más eficaz para una actitud así, incapaz de generar satisfacción alguna fuera del placer del desahogo. Quizá porque el ejercicio de la gratitud obliga a buscar siempre lo bueno de los demás, para agradecerlo, y conduce a una vida más alegre, optimista y divertida incluso. El antónimo de quejoso es contento, según la Real Academia.

Andaba con estas cosas en la cabeza, cuando escuché el domingo en el sermón: «Nos quejamos porque envejecemos...». Pensaba que el sacerdote añadiría: «Pero en realidad, envejecemos porque nos quejamos». Optó por otra salida. Pensé que quizá ese retruécano que se me acababa de ocurrir tuviera alguna base científica. Investigué un poco y... puede que sí, en la medida en que la mala queja genera estrés. Y el estrés, más desgaste físico y emocional, peor vida.