Por favor, no aplaudan

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

L. Rico | EFE

22 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Los aplausos, el estruendo de percusión carnal que hemos heredado de nuestros antepasados —que celebraban banquetes políticos con apasionados discursos cuando la oratoria era un género literario— se ha implantado tanto en nuestras vidas que ya se aplaude, en las bodas y en los entierros, y en el Parlamento se utiliza para alabar al jefe hasta extremos que avergüenzan a sus votantes. Antes se aplaudía en el circo y en el teatro, en los toros —poco, muy poco, que los taurinos siempre ponen peros—, y pare usted de contar. En la música clásica se aplaude al final, por lo que en las paradas que existen entre cada movimiento hay que permanecer callado, ocultando los sentimientos, como diciendo «a mi plín». Eso sí, cuando finaliza la obra, el espectador clásico se venga con gran energía y perseverancia, como si no hubiera un mañana. Aplaude y aplaude, y el director se va y vuelve y saluda y se va y al final toca un bis y la gente se calla.

Todo esto viene a cuento porque yo, que vivo junto al estadio de Riazor, veo al Deportivo por la tele, y me entero por la ventana de que ha metido un gol casi un minuto antes que por la pantalla. Y eso me fastidia bastante. Es como cuando te desvelan quién es el asesino. Por eso quiero pedirle amablemente a la afición que contenga su entusiasmo ante los goles con la misma flema que los asistentes a un concierto de música clásica. Que esperen en silencio apenas un minuto, y luego ya sí, ya los gritos de goool y los aplausos. Tampoco es pedir tanto, ¿no?