Cuando en el pasado mes de febrero el emperador norteamericano nos informó de su feliz idea de construir un resort en Gaza, todos nos creímos que se trataba de una ocurrencia macabra. Pero el amigo del delincuente sexual Jeffrey Epstein hablaba muy en serio. Su plan, y el de su colega israelí, era y es acabar con los palestinos o llevarlos a Egipto y Jordania y levantar sobre la Franja un espacio para el ocio y el descanso. Ya entonces avisó que «no quiero ser un gracioso ni un listillo, pero la Riviera de Oriente Medio... Esto podría ser maravilloso». Y ahora vemos que, efectivamente, no se trataba de una gracia. Ni de una ingeniosidad.
Que el plan avanza lo acaba de confirmar el ministro de Finanzas israelí, el supremacista Bezalel Smotrich, al asegurar que Israel y Estados Unidos llevan tiempo negociando cómo repartirse la Franja. «Tenemos que ver cómo nos repartimos la tierra en porcentajes. La demolición es el primer paso de la renovación de la ciudad, algo que ya hemos hecho. Ahora solo necesitamos construir». Porque considera que el lugar será una «mina de oro inmobiliaria».
Creen que el territorio que hoy es un campo de la muerte sería también el paraíso de las finanzas, la tecnología y, claro, del turismo.
Así pues, ante la incredulidad del mundo, la boutade tiene todos los visos de convertirse pronto en realidad. La Administración del emperador dispone de planes para ocupar Gaza durante la próxima década. Y ahora sabemos que hace unas semanas se celebró una reunión, con la participación, según parece y entre otros, del ex del trío de las Azores Tony Blair, para avanzar en el proyecto. Y marcando los pasos para que el complejo hotelero pueda acoger a las grandes fortunas del mundo.
El diccionario de la RAE carece de entradas suficientes para calificar tan miserable idea y perverso plan. Y el de insultos tampoco dispone de términos a la altura de los comportamientos de estos matones. Porque ellos están dedicando todo su esfuerzo y atención a acabar con Gaza, mientras el resto del mundo permanece impasible, cuando no discutiendo, sobre si se deben permitir las banderas palestinas en los colegios.
Cuando el resort se encuentre a pleno funcionamiento, con miles de cuerpos dorándose al sol, y las langostas y el whisky corriendo por las mesas, casi nadie va a poder decir y presumir de haber tratado de impedir lo que creímos que era una boutade. Porque quienes deben de hacerlo no son los que rompieron el final de la Vuelta ciclista. Las instituciones siguen sin moverse y cuando lo hacen, como la Unión Europea, es para tratar de lavarse la cara más que para decidir sobre el futuro de millones de gazatíes.
A la vista de la demolición del territorio de Gaza y de los planes de futuro, vamos a tener que empezar a tomarnos en serio los disparates del emperador. Y si pone los ojos en la gallega ría de Arousa para hacer un resort, no reírnos. Echarnos a temblar. Porque el mundo es suyo.