Leo la noticia de que un joven gallego logra la sexta mejor nota en las oposiciones A2 de toda España. Como universitario que añora no haber hecho en mi juventud una oposición que me hubiera proporcionado, caso de superarla, una vida más llevadera que la de autónomo admiro sobremanera a estos chavales que dedican todo su esfuerzo a jornadas maratonianas de hasta diez horas de estudio durante años. Hipotecan parte de los mejores años de su vida en intentar aprobar, sin garantía alguna de que ello ocurra, unas oposiciones que le aseguren los garbanzos durante el resto de sus días. Si pretenden llegar a buen puerto hay que descartar una vida desordenada. Estudiar, comer, volver a estudiar, cantar los temas, dormir y si acaso, al principio de la preparación, un día de descanso. Pese a tanto esfuerzo la mayoría se queda en el camino con la creencia de que han perdido el tiempo y que tanto esfuerzo no ha servido para nada. En modo alguno es así, cuando menos en tantos opositores frustrados con estudios de derecho que terminan ejerciendo de abogados. Se les nota a las leguas que se han pasado muchos años estudiando a un ritmo distinto al de la carrera. Poseen algo que los demás letrados no tenemos. Empiezan a ejercer como si ya llevaran años vistiendo la toga.