¡Aparca, mamá!

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

10 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El otro día observé cómo un joven, deduzco que hijo de la conductora porque le llamaba mamá, daba indicaciones a su madre para que aparcara en una plaza de un párking subterráneo en el centro de Ferrol. «Gira a la derecha», le decía. «No tanto», gritó, pero ya era tarde. Mamá le había zumbado a la columna.

Terriblemente enfadado dijo a su madre que se bajara, que aparcaba él, pero, fruto de los nervios o de la mala leche, el chaval se pegó contra el vehículo que estaba aparcado al otro lado. El joven se puso de color cereza mientras decía que eso no bajaría de quinientos euros entre chapa y pintura: «¡Si es que no cabe un coche!», exclamó, mientras yo pensaba que entonces no era culpa de mamá.

Créanme, no es cuestión de la edad ni de la agudeza visual, el estacionar en determinados lugares de los aparcamientos públicos es una tarea titánica. Aunque se trate de concesiones, hacen lo que les da la gana, por lo que algo deberíamos hacer. Pueden probar en algunos de Ferrol, A Coruña o Santiago y verán que no les miento.

Lo normal es que las plazas de aparcamiento tengan 4 x 2,5 metros, aunque lo recomendable es 4,50 x 2,65 metros; por tanto, quienes otorgan la concesión pueden obligar a que esto se cumpla, pero solo son recomendaciones y en este país eso no funciona mucho.

Ya puestos, no hay ninguna ley, que yo conozca, que nos obligue a tratar de meter el coche entre dos líneas pintadas en el suelo, por tanto es una recomendación. Cuestión aparte es que la sigamos como corderitos e incluso «mamá» rasque el coche para cumplirla, pero está empezando la tendencia a aparcar ocupando más de una plaza, lo cual empieza a parecerme normal.

Algunas áreas comerciales han resuelto el problema habilitando a ambos lados de las plazas un pequeño espacio para facilitar el aparcamiento e introducir las compras en el vehículo, pero, en general, los párkings subterráneos son máquinas de hacer dinero escasamente atendidas, donde si no puedes abrir las puertas del coche puedes fallecer de viejo.

En fin, me alegro de que la culpa no fuera de mamá. Presentemos reclamaciones en los aparcamientos por el tamaño de las plazas y, desde luego, no perdamos el humor:

—¡Ana, escúchame! ¡No vamos a morir en este coche! Encontraremos la manera de salir y luego pienso besarte hasta que me quede sin aire.

—Genial, o sea, que si no muero de una forma moriré de otra.