Las nucleares no pueden desaparecer
OPINIÓN

Desde hace años, los analistas geopolíticos reclamamos que se adopte un entendimiento integral de la seguridad, en el cual se incluyan aspectos tradicionalmente alejados de la misma, como los derechos humanos, el medio ambiente o la energía. Yo mismo lo he defendido de forma específica en varios foros. La idea ha ido calando y los informes más reputados apuestan por esta visión poliédrica de la seguridad, sobre todo vinculada a los conflictos híbridos y asimétricos de la actualidad. Nuestra Estrategia de Seguridad Nacional del 2021 recoge en buena parte estas ideas. Sin embargo, el correlato práctico del nuevo entendimiento parece que todavía no ha llegado verdaderamente.
En este sentido, la energía cobra singular relieve, pues de ella depende no solo nuestra calidad de vida sino también la propia existencia (pensemos en hospitales, infraestructuras críticas o servicios de emergencias, desactivados sin energía). En España tenemos una específica Estrategia de Seguridad Energética Nacional, del 2015, en la que constan distintos desafíos, riesgos y amenazas, aunque ya necesitados de actualización una década después. La seguridad energética es un vector imprescindible de atención prioritaria, que debe consumir recursos y planteamientos proactivos (o sea, preventivos).
En la actualidad, ante el mundo convulso que transitamos, las distintas autoridades europeas y españolas han aconsejado a la ciudadanía en los últimos meses tomar medidas para, por ejemplo, hacer acopio de productos de primera necesidad. La mala gestión diplomática estos años con respecto a Rusia ha enfatizado la problemática energética, que se halla sumida en un conjunto de variables diversas, intereses contrapuestos y soluciones provisionales. Es más, hace semanas, en distintos medios especializados (como www.safereach.com) se comentaba la posibilidad de un blackout (apagón) en Europa, ligado también a la complejidad extrema del sistema eléctrico y a su realidad interconectada. También medios más generalistas (como www.euronews.com, el 27 de marzo) se referían a posibles ataques a nuestros sistemas energéticos, tomando como base la información que obtenían de la Comisión Europea. Era información realista y razonable, sin duda.
Pese a todas estas advertencias, evidentes y claras, este lunes 28 de abril del 2025 se produce un enorme fallo eléctrico en España, Portugal y zonas limítrofes de Francia. Ha sido el principal problema energético de nuestro país en este siglo XXI. ¿Nuestro Gobierno no pudo evitarlo, aunque los organismos públicos y los medios de comunicación lo estaban anunciando de manera insistente en fechas recientes? De nuevo, un evidente caso de mala gestión pública (como en la pandemia, también anunciada reiteradamente en documentos oficiales estratégicos). ¿Y la opinión pública no exigirá otra vez responsabilidades? ¿Nos quedaremos de nuevo aletargados por las vacías disculpas de nuestros dirigentes? ¿Nadie dimitirá? ¿Oiremos también palabras edulcoradas que desactivarán la exigencia de control democrático que debe ejercitar la ciudadanía? Asisto atónito estas horas viendo cómo distintos expertos ligados al sector eléctrico y al Gobierno se vanaglorian de la capacidad de respuesta de la red tras el problema. No doy crédito ante esta ausencia de capacidad crítica y reflexiva tras un problema que ha dejado infinitud de consecuencias negativas para millones de personas.
Vivimos tiempos convulsos e inciertos, ante los cuales necesitamos dirigentes de mayor calidad, que primen el interés general y no el habitual interés partidista. Un ejemplo: tras este gravísimo problema energético obviamente la energía nuclear no puede desaparecer de España. Con las medidas adecuadas es un recurso eficiente y sostenible. Pero sobre esta lógica racional están primando, de momento, ideas trasnochadas electoralistas. Y ante el apagón de esta semana, esperemos que el control ciudadano por fin puede concretar la exigencia de responsabilidades. Con argumentos, razón y criterio.