
El hombre del beso no consentido llega a la Audiencia Nacional apretando los labios. Los propios. O sea, esos labios no se están apretando contra unos labios que no pidieron tales apreturas. A buenas horas. Es temprano y hace frío. A simple vista es como si del hombre del beso no consentido saliese humo y es hasta natural pararse a pensar en su incendio interior. En cómo en un instante actuó como un pirómano con su vida y con su carrera y con su fantástica nómina. En que si abre la boca veremos el fuego que lo consume. En que toda su vida cargará con una mochila muchísimo más grande y más pesada de la que ahora lleva. Te fijas en el nudo de su corbata y parece el nudo de una soga. Se cuenta que, desesperado, el hombre del beso no consentido suplicó a Jenni Hermoso que le quitase hierro: hazlo por mis hijas. Y, en el fondo, y aunque él no sea consciente, deseo cumplido, pues todo lo que sucedió después va a acabar siendo por sus hijas, y por todas las hijas.