
¿Qué les pasa a los jóvenes con los jubilados?
Cada año cuando se revalorizan las pensiones surge, de forma más o menos sutil entre la algarabía de la derecha política y mediática, que las pensiones son culpables de los bajos salarios que cobran actualmente la mayoría de jóvenes, con la torticera intención de enfrentar al último con el penúltimo en el escalón social. Lo que cabe decir ante ese cínico argumento, es que unas se pagan con dinero público, es decir de todos los españoles, y los salarios se pagan con dinero privado, en un juego de suma cero entre los salarios y las ganancias empresariales. Es decir, los salarios no dependen directamente de las cuantías de las pensiones —¡ni mucho menos!—, dependen de la viabilidad de la empresa y de la capacidad de negociación de los trabajadores. Los jubilados son los segundos interesados en que los jóvenes ganen salarios dignos, la mejor forma de consolidar las pensiones públicas y porque esos jóvenes son sus hijos y nietos. Horacio Torvisco.
Sanidad y política
Mucho se viene hablando de la sanidad pública y se reclaman medidas para que se recupere como en sus mejores tiempos. Al tiempo, se censura la sanidad privada y a los sanitarios que la ejercen, lo que parece injusto ya que ambas se complementan y se necesitan. Siempre ha sido así y no debe cambiar. El problema radica en la Administración. Sus cargos públicos no han sabido prever las numerosas jubilaciones que se darían en el sector, que tendría a su vez que soportar el aumento de años de vida de sus ciudadanos, además del repunte de las personas migrantes que hacen uso de ella.
Los profesionales sanitarios precisan ser incentivados y no explotados. No arremetamos contra quienes controlan nuestra salud, pero sí hagámoslo contra quienes son los culpables de la situación que han ido creando desde hace años, desde sus puestos políticos. Ángel Santamaría Castro.
Pesadilla urbana
Según la DGT, el impuesto de circulación es un tributo obligatorio que se aplica sobre todos los vehículos a motor, permitiéndoles la circulación por las vías públicas de todo el país. Un espacio público no puede ser restringido por criterios de propiedad privada, ni intencionalmente por reserva gubernamental (calles, plazas, carreteras, así como zonas de edificios públicos como hospitales, ayuntamientos, parques, bibliotecas, etcétera). Esto me lleva a dudar seriamente de la legalidad de estar obligada a pagar por estacionar en hospitales u otros edificios públicos y, por supuesto, en las zonas azules de las calles de cualquiera de nuestras ciudades. Ya pagamos un impuesto de circulación en nuestros municipios, y hasta hace poco tiempo, estacionábamos sin problema en la calle. Me baso en el Derecho Natural y Consuetudinario para decir que no estamos obligados a pagar aparcamientos en zonas azules ni en edificios públicos.
También me baso en el sentido común; aunque este suela brillar por su ausencia. Virginia fuentes.
Okupación: derechos y abusos
La okupación es de esos temas que encienden debates. Hay quien la ve como una injusticia tremenda, un abuso. Hay quienes la defienden como la única opción para gente que no tiene dónde sin alternativas, atrapadas en una espiral de pobreza y desesperación. Familias que no encuentran salida y ven en la okupación su única oportunidad de techo. En un mundo donde hay miles de viviendas vacías, el dilema moral y legal se vuelve complejo. Imagínate que un día llegas a tu casa y descubres que alguien ha entrado, cambiado la cerradura y ahora vive ahí como si nada. Suena a película de terror. Pero existe otro lado que analizar. Familias sin recursos, desahuciadas, personas que han acabado en la calle porque la vida no siempre es justa ni fácil. Y ahí están, viviendo en casas vacías mientras no tienen un techo.
¿Es justo que haya más pisos sin gente que gente sin casa? El problema de fondo es la falta de soluciones reales. Vivienda inaccesible, alquileres por las nubes, sueldos que no dan ni para lo básico…
Al final, la okupación no es más que un síntoma de un sistema que no funciona. Y así seguimos, con leyes que parecen proteger más a unos que a otros, con miedo a que te entren en casa y con gente sin alternativa. Silvia Fernández Rodríguez