
Era casi mediodía y hacía frío en Novi Sad, la segunda ciudad serbia, cuando la marquesina de la estación de trenes se derrumbó sobre los que allí se guarecían, quince de ellos fallecieron. Esto sucedió el 1 de noviembre del pasado año y desde entonces el Gobierno serbio está en dificultades. Sucede que la marquesina debía haberse renovado, junto con el resto de la vetusta estación, pero la empresa china a cargo del proyecto nunca llegó a efectuar esa parte de la obra.
Este drama ilustra la precariedad de la situación social y política en Serbia, gobernada por el Partido Progresista Serbio desde el 2012, una escisión del Partido Radical Serbio fundado por el criminal de guerra Vojislav Seselj.
El presidente de la república goza en Serbia de amplios poderes, el actual es Aleksandar Vucic, un tipo altísimo, ex periodista y narcisista notable, que hace no tantos años militaba activamente para alcanzar la Gran Serbia y se oponía al encarcelamiento de los criminales de guerra Mladic y Karadzic, y que como presidente sostiene la intención de reformar las instituciones serbias para poder acceder a la Unión Europea, aunque esto último nadie acaba de creérselo demasiado.
Vucic mantiene estrechos vínculos con Rusia, una alianza forjada desde la oposición de ambas naciones, eslavas y ortodoxas, al dominio otomano primero, al imperio austro-húngaro después y seguidamente a la ocupación nazi en la segunda guerra mundial. Esta alianza siempre ha levantado sospechas en occidente, que ve a Serbia como la puerta de entrada de Rusia en los Balcanes.
Vucic y el Gobierno actual están acusados por la dispersa oposición serbia y por sectores de la sociedad civil de fraude electoral en elecciones parlamentarias y locales, y de manera más general, de corrupción sistémica, de erosionar el Estado de derecho y las libertades civiles, y de manera muy especial la libertad de prensa. Los principales medios de comunicación están controlados por el partido del Gobierno, y la presencia de Vucic en las pantallas y en la prensa escrita es inusitadamente frecuente. También lo son los mensajes anti-europeos y las alabanzas a líderes como Putin, Xi Jinping y Orban.
Volviendo a la tragedia de Novi Sad, el día después marcó el comienzo de un período de protestas que reclaman la investigación de las causas del derrumbe y el procesamiento de los responsables, y que se han convertido en las más numerosas de la historia reciente del país y amenazan con llevarse a Vucic y al Gobierno por delante. Por lo pronto, el primer ministro Milos Vucevic ha anunciado su dimisión y se espera que varios ministros abandonen sus cargos en las próximas horas.
A las movilizaciones, pacíficas y encabezadas generalmente por estudiantes, se han venido sumando diversos grupos heterogéneos de la sociedad serbia, así como grupos ultra-nacionalistas que aspiran todavía a anexionar Kosovo y parte de Bosnia. Subyace la percepción general de deterioro en las condiciones de vida en el país y la sensación de que el gobierno es fundamentalmente corrupto e incapaz de solucionar los problemas de los ciudadanos. La ausencia de liderazgo en las protestas invita a pensar que ningún grupo politico podrá capitalizarlas a corto plazo, pero tampoco parece sostenible para Vucic continuar gobernando un país con esta tensión social.
Los regímenes autoritarios tienden a refugiarse en el nacionalismo cuando las cosas se ponen difíciles, no debería sorprendernos presenciar en las próximas semanas una escalada en la tensión, siempre latente, entre Serbia y Kosovo, o incluso el intento de activación de la numerosa población serbia en Bosnia Herzegovina. En un mundo en transformación, donde las relaciones internacionales son más que nunca relaciones de poder, Serbia es un actor poderoso en los Balcanes.
La UE, inmersa en otros quehaceres, mantiene los compromisos adquiridos con Serbia como país candidato a entrar en la unión, quizás sea un buen momento para revisar este estatus y recordarle la dicotomía inevitable : democracia e integración europea o autoritarismo y dependencia ruso-china. Europa tiene las herramientas para influir en esa disyuntiva, haría bien en utilizarlas.