Hubo una época, sobre todo en Inglaterra, que, cuando se celebraba un partido de fútbol importante, un espectador o espectadora cruzaba el campo corriendo completamente en cueros, perseguido con furor por policías y vigilantes. Aquello se llamaba hacer un streaking. La afición, obviamente, animaba al infractor, cuyas partes nobles, cuando era atrapado, se cubrían castamente con un casco de los bobbies. Una metáfora del triunfo del orden sobre el libertinaje. Pero el público siempre estaba del lado del infractor, que, inofensivamente, rompía la monotonía del fútbol del domingo. También el de los españoles, que lo veíamos por la televisión.
Y pienso ahora en eso porque el juez Velasco, magistrado de la Audiencia Nacional, se ha hecho un streaking que obviamente ha causado el asombro de los espectadores. Eloy Velasco se ha pegado una pequeña carrera completamente desnudo, y se le han visto todas sus intimidades: la del machismo, la del clasismo, la del complejo de superioridad. Uno sabe que dolencias como la idiocia pueden darse de manera transversal en cualquier capa de la sociedad, y, como la acidez de estómago, pueden atacar a jueces y juzgados por igual. Pero lo que acusa el magistrado es, sobre todo, ignorancia. Pensar que las cajeras de los supermercados saben menos de leyes que su propia madre es desconocer a las cajeras y a las leyes. Es despreciar a ambas. Y es, sobre todo, la demostración más flagrante de que este señor no hace nunca la compra. Y eso sí que tiene delito.