Las ideas suelen pesar y, si no las sostienen, se caen. Como las piedras a un río, y para rescatarlas hay que mojarse. Las ideas se tienen, pero no siempre tienen a uno. A Alvise se le perdieron por el dinero. También Abascal se ha visto enredado por el crédito del banco húngaro. Ya me decía mi abuela: «Que non te ceguen os cartos». Ella, aunque leía y escribía con dificultad, era una sabia. Me enseñó más que algunos catedráticos. Uno me regañó una vez. Estábamos en clase, en plena fiebre de acumular apuntes sobre los requisitos del matrimonio, y una compañera de la bancada posterior me pide por señas el mechero. Se lo lancé al vuelo y ella lo atajó con un palmeo que sonó como un aplauso. El profesor paró la explicación y me espetó: «¡Como cambian los tiempos! Yo me hubiese levantado y le habría dado fuego a la señorita como Dios manda». Me ruboricé y creo que anduve con la cara encendida una semana entera. En una ocasión, siendo muy niño, iba con mi abuela por los bordes de una leira y apareció una serpiente. Venía con la boca abierta y parecía que iba a comerme, pero la madrina le propinó un golpe certero con el sacho que llevaba al hombro. El ofidio se retorció en círculo y luego huyó ensangrentado y, posiblemente, moribundo. La mujer, medio arrepentida, reflexionó: «A ela tamén lle doe o seu corpo, neniño. Tamén lle doe». Rumié un tiempo esas palabras y ahora me vienen a la mente cada vez que veo cuerpos masacrados por las bombas de las guerras o los ataques terroristas, inmigrantes sin vida en una patera o en una playa, un toro ensangrentado en una plaza, un boxeador noqueado en un ring o un manifestante apaleado sin misericordia. Sí, sí, a ellos «tamén lles doe o seu corpiño».