Se me ha hundido una estrella entre las olas del mar y las corrientes se la han llevado a las profundidades. Las adversidades son una prueba y hay que superarlas para hacerse más sólidos. El caso es que la esperanza no sea derrotada, porque el ingenio lo puede todo y el ser humano está dotado para escalar montañas bien altas. Este verano, paseando por la ciudad germana de Lübeck, cuna de tres premios Nobel, Thomas Mann, Günter Grass y Willy Brandt, vi una escultura de bronce que representaba a un diablillo. Está en un lateral de la iglesia de Santa María. Cuenta la leyenda que cuando fueron a construir el templo se presentó Satán, que creía que en realidad iban a levantar una taberna. Como veía que era una oportunidad para fomentar el pecado, las malas acciones y los excesos, decidió ayudar a erigir el edificio. Su aportación fue tan importante que la fabricación iba viento en popa. Ya cuando estaba a punto de terminar, el diaño cayó en la cuenta del engaño, que aquello iba en contra de sus intereses. Cargado de ira, tomó una gran roca con la que se disponía a aplastar las paredes que estaban en pie para echar todo por tierra, pero uno de los canteros, avispado, le pidió que se detuviese y, al tiempo, le prometió que justo al lado construirían la taberna, un bar de vinos para que todos los que pasasen por el lugar pudiesen dar cumplida respuesta a las tentaciones más abyectas. Satisfecho con la idea, el diablo dejó caer la roca junto a la pared sin daño alguno para los operarios ni para lo construido. Dicen que en la piedra aún se pueden ver las huellas de sus garras y frente a la iglesia construyeron los trabajadores la bodega del Ayuntamiento. Moraleja, los males que no destruyen acaban fortaleciendo.