La Superluna del Esturión brilla justo encima de la diosa de la victoria que dirige la cuadriga de bronce que luce en lo alto de la Puerta de Brandemburgo de Berlín. La noche inspira concordia y la gente deambula tranquila por las calles otrora sembradas de odio y violencia. Cuando Napoleón venció a los prusianos, se llevó a París este emblema triunfal de la capital alemana. Es lo que tienen los vencedores, que no se conforman con ganar batallas. También quieren humillar al enemigo. Por aquel entonces era la diosa de la paz la que guiaba los caballos con la gran avenida como espectadora. Ocho años después, cuando el emperador galo hincó rodilla en tierra, la escultura fue devuelta a su lugar. Fue gran testigo de los sucesos más horribles que vivió la capital germana durante los últimos siglos, incluidos con los tanques rusos y americanos a uno y otro lado. Enfrentados, desafiando de nuevo la paz mundial. La sangre de la historia dejó ahora una ciudad libre a la medida del goce de sus ciudadanos. En una de las pinturas sobre los restos de la muralla que separó durante decenios a los berlineses hay una que aconseja: «Baila por la libertad, no más guerras, no más muros, un mundo unido». Una utopía más de las muchas que soñamos los más incautos. Aun así, siempre son buenos los tiempos en los que se expurgan las iras. Parar la degradación del lenguaje, que va pareja a la degradación de la humanidad, y ponerle un dique a la invasión de la mentira y el cinismo. Qué saludable resulta caminar a la orilla del mar o en la tranquilidad de unas calles que conocieron el sonido del tiro de gracia y que ahora olvidaron los viejos rencores. Reconforta ver cómo la paz conquistó los adoquines antaño inundados de sangre y terror.