Si Oriente próximo es un desconocido para los del común en la Península Ibérica, qué decir de nuestro conocimiento del Imperio Japonés, la gran China Imperial y la tierra de las especias.
La capacidad innovadora y tecnológica de Corea del Sur, hasta 1945 sometida al Imperio Japonés, y la expansión de sus series audiovisuales en el mercado de habla hispana nos acercaron a ese mundo desconocido para nosotros, a pesar de las misiones jesuíticas y de San Francisco Javier. Al igual que lo hicieron las paradas militares estrambóticas, con su líder supremo, Kim Jong-Un y sus misiles de presencia con la República Popular Democrática de Corea.
Derrotado el nazismo, y derrotado el Imperio del Sol Naciente, sucedió con las dos Coreas lo mismo que sucedió en Alemania. Se partió el territorio al norte y sur del paralelo 38. Lo que dio pie a una guerra no declarada, ni al parecer finalizada: la de Corea, 1950-1953. Por eso cuando se tienen noticias del envío prolongado de los globos con desperdicios y basura se instala el asombro, pues, si en los años 50 eran notables sus escaramuzas, además de los muertos y desaparecidos en la guerra, en el siglo XXI, donde la humanidad compite por el espacio o los mundos abisales, ese juego estratégico entre las dos Coreas, atacándose con globos de basura desde el norte o potentes altavoces emitiendo la prohibida música pop desde el sur, lleva inevitablemente a recordar aquellas Hazañas Bélicas con el sargento Gorila y el capitán Johnny Comando, de Sotillos y Alan Doyle, por las que llegamos en España a tener noticia de esa guerra que EE.UU. no declaró.
Estos globos de ida y vuelta, blancos y con temporizador, pertenecen a una guerra cultural de gran ingenuidad y dura represión, a falta de redes sociales en el norte. Frente a la innovadora Corea del Sur, paradigma de un mundo occidental, la resistencia de Corea del Norte ante el enviciado mundo cultural sureño sería tierna si no fuera por la brutal represión ejercida para detener su avance. Quince años de reclusión por ver, escuchar o tener películas, series o música foránea, e incluso quienes «hablen, escriban o canten en estilo surcoreano» podrán ser condenados a dos años de trabajo forzado. El líder supremo ha emprendido una nueva cruzada por controlar el ocio de los 25 millones de habitantes de su nación. Un desertor norcoreano de éxito resumía la situación simplificándola: «Durante el día la población vitorea ‘¡larga vida a Kim Jong-un!'; por la noche, sin embargo, ve series y películas surcoreanas». Y en ese camino cultural desearán también, como los surcoreanos, abandonar las jornadas de 60 horas semanales para poder pasmar.
Los globos no dejan de ser un juego de guerra infantil como el de La guerra de los botones, donde los botones eran el precio de la derrota. Después de 75 años está bien que la guerra siga por esos medios, ni siquiera judiciales. Aunque mal para los ciudadanos del norte, sin derechos, y mal para los del sur, sin respiro para pasmar.