El declive del buen gusto

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

JESSICA GOW | EFE

20 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía Joseph Brodsky, premio Nobel de Literatura en 1987, que el buen gusto literario se consigue leyendo poesía. Concuerdo plenamente con él. La poesía es un tamiz valioso para los escritores. Quizá, si los europeos leyesen más poesía, no caerían en la ordinariez de los nuevos tiempos. Digo europeos aunque la categoría podría ser elevada a otros ámbitos geográficos. Me permito el término únicamente porque quiero reflexionar sobre el horror, la vulgaridad suprema, que a mi entender representa el festival de Eurovisión. ¿Ha avanzado tanto la sociedad para llegar hasta aquí? ¿Qué ha sido de la «dignidad estética» de la que hablaba Baudelaire? ¿Qué de la cultura cuando pretendemos calificar como manifestación cultural el espectáculo vivido hace apenas nueve días? Y una última pregunta retórica: ¿España debe ser el paladín de la grosería y la zafiedad? La canción que nos representó, que yo escuché por primera vez la noche de autos, me pareció absolutamente horrísona. Una canción monstruosa, sombría, repelente. Es mi opinión, obviamente. Parece ser que no coincido una vez más con el presidente del Gobierno. Dijo Sánchez: «A la fachosfera le hubiera gustado más el Cara al sol». Muy ocurrente y respetuoso nuestro presidente. Después dirá que los que no piensan como él, le insultan. Pero es difícil encontrar un insulto mayor (un insulto a la inteligencia) que sus palabras. Además, implicar ideológicamente a aquellos que detestan la canción, que me niego a señalar con su título, me parece volar muy bajo. Allá él. Creo que la canción de Nebulossa (así se llama el grupo) es un espanto. No solo sus pérfidas armonías o lo indecoroso de su letra. Todo, en general, es tosco y chabacano. Un espanto, reitero. Esto lo he descubierto tras la actuación de España en Eurovisión. Casualidades. El azar. Hubiera preferido no sentir curiosidad aquella noche de sábado. Detenerme en otros ocios. No lo hice. Y soporté estoicamente los acordes y contenidos de la tonadilla (muy progresista, dicen). Creo que, finalmente, los jurados le otorgaron el valor que realmente tiene: ninguno.

No es la representación española lo único que me ocupa este lunes. Es la jactancia del mal gusto. En nombre de valores que hablan de «diversidad» se nos hace comulgar con una realidad paralela de sexos inventados o sacados de la chistera de la actualidad, cabriolas concupiscentes, bravuconadas gestuales, desentonos y voces no afinadas, griterío banal. Podría seguir. Me queda concluir que nada de esto tiene algo que ver con el arte. Nada que ver con la música. Europa, cuna de la civilización occidental, no debía colaborar con este evento. Eurovisión se ha convertido en una conjura de lo hortera y lo basto contra las buenas maneras. Antes, recuerdo, no era así. Quizá mi conservadurismo me ha convertido en un fósil. Quizá sea la consecuencia de leer poesía. Pero el declive del buen gusto ya no puedo soportarlo.