Este 2023 hace 50 años que Picasso aún vive. Entre 1891 y 1895 Pablo Ruiz residió en A Coruña, donde sus ojos, grandes como queriendo comerse la luz a bocados, eran dos prismas redondos que descomponían la luz blanca en todos los colores del mundo y alguno más que antes no existía. Dos cristales de la Ciudad de Cristal. La llamó «la ciudad del viento y de la lluvia», el viento donde ondea su bandera de lienzo y que habría de esparcir su fama por doquier, la lluvia de la que jamás quiso secarse. Las olas de la playa del Orzán son hoy azul Picasso porque él las pintó una a una, y el haz luminoso de la torre de Hércules nació de uno de sus trazos de óleo amarillo. Frente a frente, el faro de barcos y el faro de artistas.
Las palomas que el niño Picasso dibujó en A Coruña continúan revoloteando sobre las mesas de las terrazas, donde se alimentan de pan dibujado, y su perro Clipper pasea por las calles dejando huellas de pintura fresca, para acercarse de vez en cuando al número 14 de Payo Gómez albergando la esperanza de que Pablito le abra la puerta del portal. Antes de que llegara su período azul y su período rosa, Picasso tuvo en la ciudad herculina un período gris, por aquello del nublado cielo; un período verde, el de los jardines de Méndez Núñez; un período rojo, el rojo-corazón de su primer amor, y la muerte de su pequeña hermana Conchita representó su período negro.
El futuro Minotauro fue aquí un novillo que ya apuntaba maneras sobre cómo embestir las normas establecidas en el arte. Picasso salió de Galicia, pero Galicia no salió de él. En Francia, muchos años después, por las noches le cantaba a su hija Maya una nana que aprendió en A Coruña. Y entonces la niña dormía en galego.