El mar y su juego macabro

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

ANGEL MANSO

31 jul 2023 . Actualizado a las 09:48 h.

El mar, nosotros lo sabemos mejor que nadie, es la bestia que duerme. Amable cuando quiere, incluso maternal y acogedor, divertido, juguetón, tiene a veces cambios de humor, y se vuelve iracundo y prosopopéyico, exagerado y trágico. Para nosotros el mar siempre fue no el abismo de la tierra plana, sino el camino para llegar a los lugares que están apenas ahí, al otro lado: Cuba, Argentina, Venezuela, en fin, Brasil. Aquí el mar, que cuando te da pesca se llama la mar, acecha a los ingenuos veraneantes que se dejan embaucar por sus carcajadas de espuma. Los madrileños que ven a los surfistas cabalgando los lomos de las olas o a los niños a lo lejos regateando con sus minúsculas embarcaciones que despliegan pequeñas velas blancas, como el pañuelo que llevan sus abuelas en el bolso. Porque el mar, con esas inexplicables reacciones de los seres inmaduros o veleidosos, un día te agarra de los tobillos y te arrastra hacia lo profundo, como dicen que hacen las sirenas cuando se enamoran o simplemente se encaprichan de un guapo marinero de barba rubia y aro en la oreja. Un marinero de ojos verdes, claro está.

Los ahogados de todos los veranos son el precio que pagamos al mar, el diezmo. Nosotros recontamos las capturas todas las mañanas: tantos kilos de merluza, tantos de pescadilla terciada, unos cuantos de rape, de rodaballo. Ellos dirán: dos adolescentes de Astorga, una madre de Alcobendas, un padre y un hijo de Valladolid.

El mar de John Silver, pero también de Ulises, el Odiseo.