Nos tienen rodeados. Metaverso, ChatGPT, algoritmos, Instagram, el Twitter de Elon Musk, TikTok, Google, el omnisciente móvil, las fake news ... y el sursuncorda. Muchas veces no se sabe a ciencia cierta qué es verdad y qué es mentira, qué es realidad y qué es representación. El tsunami de sobreinformación, que suele equivaler a desinformación, se mezcla con la banalidad más absoluta y la exhibición impúdica de la intimidad. Es el triunfo de los «creadores de contenido» (vaya usted a saber qué significa eso), los influencers y los ticktokers, convertidos en los nuevos ídolos de una parte de la juventud, los becerros del oro del tiempo líquido en el que los likes, los retuits y los followers dictan sentencia. La aparente libertad que proporciona esta apoteosis digital (superado el 2.0, ¿estamos ya en el 3.0, en el 4.0...?) convive con la política de la cancelación que trata de censurar obras artísticas del pasado y del futuro, con esos «lectores de sensibilidad» que revisan los textos que se van a publicar para que no se cuele nada «incorrecto». ¿Vivimos una utopía o una distopía? ¿Realmente vivimos nuestra propia vida? ¿Este artículo lo estoy escribiendo yo o la inteligencia artificial? ¿Tenemos las brújulas necesarias para transitar por esta jungla sin que nos engulla? ¿Sabremos sacar partido de estos adelantos tecnológicos o nos sumergirán en un «mundo feliz» sin que nos demos cuenta? ¿Hay un gran hermano o un grupo de grandes hermanos que lo controlan todo, estamos ante un caos desbocado o ambas cosas a la vez? Disculpen si me ha salido una columna demasiado sombría y apocalíptica, incluso alarmista. Le echaremos la culpa al amigo ChatGPT.