Con perdón

Jorge Sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA DE LA USC

OPINIÓN

CAPTURA | EUROPAPRESS

22 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La plataforma de afectados por el trágico accidente del Alvia ha aceptado la petición de perdón efectuada por el maquinista del tren. Las reflexiones que siguen brotaron de la inquietud, desasosiego e incomprensión que no pocos expresaron por diferentes medios, incluidas las inclementes redes sociales. Más allá de sus ecos espirituales, religiosos y trascendentes, lo cierto es que el perdón, solicitarlo y concederlo, lejos de ser un tema baladí, ha sido asunto muy estudiado desde muy terrenales perspectivas: al menos, la psicológica, la médica y la filosófica. El interés del perdón para las relaciones interpersonales, familiares, de pareja, intergrupales, etcétera, es de fácil aprecio desde cualquier sentido común. Hay sólidas representaciones colectivas al respecto. Pero ello no ha impedido que desde perspectivas científicas, con metodologías solventes, se haya escarbado en la búsqueda de matices y niveles de conocimiento algo más elaborados y precisos al respecto. Revistas académicas prestigiosas (Journal of Behavioral Medicine, por ejemplo) han prestado sus páginas para mostrar algunos resultados obtenidos en investigaciones varias sobre el perdón; algunos, tal vez sorprendentes. Así, desde el contexto médico, nos hacen saber que perdonar puede ser un factor muy importante para reducir la inflamación, bajar la frecuencia cardíaca, disminuir la presión arterial y fortalecer nuestras defensas inmunológicas. Algo así como la ladera fisiológica de nuestra «paz interior». Quizá sea bueno entenderlo así: perdonar es dimitir del odio, jibarizar la tentación de venganza, dejar malherido al rencor. Y tiene algo de renacer: soltar lastre del ayer, cerrar un ciclo, alejarte de la tormenta, abrir ventanas al aire fresco de nuevas perspectivas. Ese es el proceso, porque el perdón no es un acto verbal, concreto, sometido a día y hora. Es un fluir dinámico, con su propia historia, su principio y su final. Por cierto, quede claro que el perdón del que hablamos aquí no implica la necesidad de la justificación, ni de la comprensión, ni de la reconciliación con el otro. Y mucho menos debe sugerir menoscabo alguno de la dignidad propia. El perdón es un proceso interior, cuyo resultado solo libre y voluntariamente puede, en ocasiones, ser transferido al prójimo. Por otra parte, la psicología que estudia a los más felices, aquellos que informan de un mayor bienestar subjetivo, nos hace saber que la disposición a pedir perdón y a otorgarlo, correlaciona fuertemente con menos estrés y ansiedad, menos depresión, menos angustia, mejor calidad del sueño, más y mejores amistades, y, por si fuera poco, con más longevidad. Ya sabemos que esa asociación no tiene que implicar una relación directa de causa/efecto. Pero, ya se sabe: cuando el río suena...

Y desde la filosofía, Kant habría resumido todo esto de un modo magistral; desde su Doctrina del Derecho, y hablando de la necesaria implacabilidad de la ley, negaba el perdón como un acto jurídico. Pero simultáneamente, en su Doctrina de la Virtud, otorgaba al perdón un rol vertebrador de las múltiples esencias de la bondad y la justicia . Entre unos y otros me he dejado convencer; de ahora en adelante seré egoísta: pediré perdón, y perdonaré si es el caso. Claro que tampoco nos fustiguemos. Cuando la ofensa roce la canallada, cuando las fronteras más evidentes de la maldad hayan sido desbordadas, siempre podemos hacer una cosa : no perdonemos. Y, los hipertensos, pidamos perdón por no ser capaces de hacerlo.