Leo la noticia de que en Italia investigan a TikTok por no disponer de los medios de control suficientes para frenar el reto autolesivo de la llamada cicatriz francesa, última tendencia autolesiva que ha aparecido en la plataforma china llegada desde Francia. Consiste en pellizcarse los pómulos con tanta fuerza y durante el tiempo suficiente como para provocar una herida que deje cicatrices permanentes, es decir, una abrasión. Mi maestro, el profesor J. M. Reverte Coma —reputado médico antropólogo forense que convivió durante décadas con pueblos indígenas de todo el mundo—, decía que desde la más remota antigüedad el hombre modificó su cuerpo deformándolo, alterándolo, mutilándolo, pintándolo, tallándolo para conseguir diversos fines que van desde la identificación al embellecimiento, desde la intención de atemorizar al enemigo hasta protegerse del medio ambiente, desde el estímulo sexual a la protección mágica. Intervenciones sobre el cuerpo conocidas en antropología como mutilaciones culturales o étnicas. Al igual que ha ocurrido con el consumo de sustancias estupefacientes, desde el alcohol a la coca, desde las plantas mágicas a los hongos, todos nacidos en culturas y etnias diversas con fines concretos y muchas veces sagrados. Cuando se transculturizaron y pasaron a consumirse de forma recreativa, perdieron el sentido original y se convirtieron en un peligro, una adicción o una mamarrachada. Cook, a su paso por los mares del sur, adaptó al nombre inglés la palabra ta-ta, que en lengua polinesia significa cortar o herir dibujando; de ahí vienen tattoo y tatuaje. En su origen, tenían un fin de rito de identificación de grupo o de intimidación guerrera. Su uso transcultural los ha convertido en una extravagancia banal y sin sentido contemporánea. Igualmente, las abrasiones rituales que se han practicado en todos los continentes con fines sagrados, ahora son retos adolescentes en TikTok. Mundo pequeño sin fundamento.