Europa Press

12 feb 2023 . Actualizado a las 12:23 h.

Y en medio de todo el rebumbio de la actualidad en los que la ley del si pero no, los galgos o podencos, las malversaciones a la carta y la resurrección de don Ramón Tutankamés ocupaban todo el ruido de los media, apareció Froilán, con su camisa recién planchá, sus ojillos de siesta interrumpida, su pelo imposible y su andar desocupado. Fue sorprendido en una sauna after hours rodeado de sobre aforo, cocaína rosa, buenos caldos y la cohorte de amigotes con los que anda —intuyo— a modo de pagafantas. 

Don Felipe Juan de todos los Antros de Marichalar y Borbón, de la Virgen María y del Espíritu Santo, vino a distraer la partida nacional con un capítulo más de su disipada vida.

Froilán es uno de esos personajes mediáticos que como Kiko Rivera, el príncipe Harris, Paris Hilton, Rociito, Jose Fernando (el hijo de Ortega Cano), el pequeño Nicolás o la Pechotes, son víctimas de su inmadurez, los efectos especiales y, probablemente, de algunos otros trastornos.

A este tipo de personajes los hilvana un rasgo patológico en común, que es un problema con el control de impulsos. Son individuos a quienes las emociones los superan fácilmente impulsándoles a vivir siempre al borde del descontrol, incapaces de calibrar las consecuencias de sus actos una vez son poseídos por una emoción intensa, y la farándula nocturna está llena de ellas.

Froilán es uno más del aproximadamente siete por ciento de la población de hombres y mujeres de su edad que adolecen de una dificultad de control de impulsos y una cierta inmadurez cerebral que, si además consumen sustancias psicoactivas, cristalizan en Mr. Hyde o en un final de Tarantino.

Todos conocemos de cerca o lejos, casos de jóvenes ingobernables, incapaces de respetar otro límite que no sea el de la ley (con mayúsculas); chicos y chicas alterados, impulsivos, sin capacidad de autocrítica más allá del momento puntual en que son atrapados en sus fechorías. Se dan en todas las capas sociales, desde nobles a villanos, con formación académica y sin ella, con dinero y sin dinero, de familias desestructuradas y perfectamente estables. Son una especie que vive en sociedad, no son individuos marginales y son tan felices como fuente de sufrimiento impotente para sus familias.

Froilán no es un chico malo, tiene buen corazón, es amigo de sus amigos (aunque estos sean su perdición), y no hace daño a nadie salvo a sí mismo y a la Casa Real.

Otra cosa es que en este país de odios fraternos y vicarios, las andanzas del pícaro Froilán, se instrumentalicen para disparar pólvora del rey emérito y, por elevación, a todo lo que se menee en la Corona.

Próximo capítulo: Froilán en Arabia.