El puente de Mostar

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

29 ene 2023 . Actualizado a las 10:54 h.

Dicen que cuando el puente de Mostar cayó sobre el río Neretva, las aguas verdosas se tiñeron de rojo. Tenía una explicación, era la reacción de los materiales de construcción al sumergirse. Pero la guerra de los Balcanes parecía ofrecer un cuadro terrorífico y simbólico. El río llorando sangre tras un bombardeo. Mostar se publicita en el presente como una de las joyas turísticas de Bosnia-Herzegovina. Tropas españolas fueron desplegadas allí en el tiempo de los escombros. El puente otomano luce ahora brillante, impoluto. Fue reconstruido tras el conflicto. El antiguo databa del siglo XVI. Unía el barrio de los católicos y el de los musulmanes. También vivían allí serbios ortodoxos y judíos. Hasta la guerra de los años noventa. Primero fueron expulsados los ortodoxos. Lucharon juntos para lograrlo croatas católicos y musulmanes. Pero luego se masacraron entre ellos. Los dos bandos querían una Mostar monolítica. Solo era posible con la eliminación del otro. Y una mañana de noviembre de 1993, la artillería croata destruyó el puente. Fue el gran símbolo. Hubo un especial ensañamiento con las mezquitas y las iglesias. No bastaba con masacrar a los vecinos, había que aniquilar cualquier rastro. Seguro que muchos rezaron con fervor antes de ordenar y realizar los ataques. Pasan los siglos y nunca faltan los que convierten la religión en un muro o un arma, los integristas que actúan como si escribieran al dictado de Dios usando como tinta la sangre del prójimo. Supuestos mártires, salvadores, elegidos. Abren la espita del odio. Por eso, el comunicado de la Conferencia Episcopal Española fue impecable. No como otras reflexiones (o irreflexiones). No dejemos de asomarnos al Neretva.