No es fácil la filosofía vespertina. La matutina, tampoco. En España los nuevos filósofos se dedican a meditar sobre la cochambre, el deterioro de las intimidades, el concubinato, el amancebamiento y la barraganería. Me entusiasman estos filósofos de los muladares. Ocupan tanto tiempo en las televisiones que uno llega a pensar que España, la España de Cervantes y Velázquez y Valle Inclán, es ahora la España de la grosería. O del esperpento. Pero de tanto hablar del esperpento que padecemos en los últimos años he llegado a la conclusión de que lo mejor, sinceramente, es no citarlo. Vivimos en tiempos de posverdad, o sea, de mentira, y toda deformación de la realidad ya parece un hábito. Hemos asimilado que los chavales digan «mítico» en lugar de «típico». Que se pongan estupendos repitiendo el sintagma «en plan», aunque gramaticalmente no tenga ni pies ni cabeza. Que si no dices «compañeros y compañeras» eres un machista. Que las únicas feministas son las émulas de Ángela Rodríguez, Pam, la número dos del ministerio de la ministra que aún no ha dimitido. Tampoco ha sido cesada. Dice Feijoo que el Gobierno está intervenido. Y no le falta razón. Sin embargo, Sánchez acabará con la ministra Irene Montero en breve. Es una cuestión de tiempo. Alzará la voz y proclamará que él no tiene nada que ver ni con Podemos ni con el independentismo. Y si lo dice Sánchez, es palabra de Dios. No hay fallo. No hay engaño. En realidad él nunca pronunció las aseveraciones que constato. Uno: «siento vergüenza de los indultos a políticos». Dos: «endureceré las penas por corrupción y por sedición». Tres: «traeré a Puigdemont de vuelta a España y crearé un nuevo delito para prohibir la celebración de referendos ilegales». Y si lo dijo no fue un error, sino que en el momento era lo mejor para España y la democracia.
Los últimos demócratas, los filósofos del corazón (llamémoslos eruditos), tienen a Vargas Llosa en su lengua a diario. Y yo pienso en Mario. No en las cinco horas de Delibes, sino en uno de los mayores artistas de las literaturas hispánicas: Mario Vargas Llosa. Es el enemigo de los nuevos moralistas, esos sabios que reparten carnés de buena y mala conducta. Mario es perverso. Primero, y fundamental, por ser un conservador convencido. Segundo, porque su relación con la señora Preysler (¿se escribe así?) no ha llegado a buen puerto. A Mario no lo valoran como lo que es y ha sido y será: un faro de la mejor literatura escrita en español. No importa. El mérito de algunos radica en no haber hecho nada (¿escribo ejemplos?), el de otros se soslaya por el simple hecho de pertenecer al carril ideológico contrario. Los eruditos del corazón son una lacra. Tanto daño le han hecho y le hacen a la sociedad española que alguien (¿quién?) debía repudiarlos públicamente. Yo lo hago. La cochambre no merece meditación alguna.