Balones en el convento

Javier Guitián
javier guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

CAPOTILLO

08 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Una noche de Navidad, santa Clara, en cama, sin buena salud y ya en su lecho de muerte, lamentó no poder asistir a la misa que se celebraría en la basílica de San Francisco en la ciudad de Asís (Italia) para recordar el nacimiento de Jesús; a ella acudieron las otras religiosas de la orden, más conocidas como las hermanas clarisas. 

Al llegar de la celebración eucarística, las hermanas quisieron contarle la homilía y todo lo que habían escuchado en la misa, pero ella alegó que no era necesario porque había participado de la celebración con una proyección en la pared de su habitación. Esto fue considerado en el Vaticano como un milagro y, claro, fue declarada santa y patrona de la televisión en 1958 por el papa Pío XII.

Pero, tal vez, santa Clara sea más conocida por la curiosa tradición en la que las novias llevaban una docena de huevos a las clarisas para que no lloviera el día de su boda. La tradición se mantiene aún hoy y todavía alcaldes o comisiones de fiestas visitan a la santa para pedirle que el tiempo acompañe en las celebraciones y festejos de pueblos y ciudades.

La santa fue también proclamada patrona de los clarividentes, nada que ver con la clara del huevo, de los orfebres y del buen tiempo; este último patronazgo parece el origen de la citada tradición, aunque no explique con claridad la utilización de los huevos y no, por ejemplo, de unas cebollas o unos puerros.

Pues bien, ahora, el Concello de Pontevedra ha adquirido el convento de las clarisas situado al lado de la plaza de Barcelos y se ha encontrado con que albergaba una gran cantidad de balones, fruto de las correrías futbolísticas de los niños pontevedreses que, al parecer, las clarisas nunca les devolvieron.

Como se ha publicado, en más de una ocasión los jóvenes se vieron obligados a «decir adiós para siempre a sus balones cuando un mal despeje o un exceso de ímpetu en el juego hacían que la pelota se colase dentro de la finca de las monjas, a pesar de la imponente altura de los muros». Sin embargo, ahora, milagrosamente volverán a sus legítimos propietarios.

A pesar de que se trate de la hermosa ciudad del «hai que roelo» creo que es descartable que las hermanas jugaran al fútbol, aunque, les confieso, me gustaría presenciar un partido de las clarisas contra las carmelitas, no necesariamente descalzas, en Pasarón. Sin embargo, las monjitas no devolvían los balones porque estaban hasta las santas narices de recibir pelotazos.

Bromas aparte, sirva esta hermosa historia futbolística para felicitar al alcalde y a la corporación por la iniciativa de adquirir el monasterio, a los pontevedreses por incorporar tan hermoso patrimonio y a todos los aficionados al fútbol de la ciudad por las pelotas. Mi reconocimiento también para las hermanas clarisas y su capitana, perdón su superiora, por haber guardado los balones tanto tiempo.

¡Oe, Oe, Oe!