El etcétera

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ED

20 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Fui a la entrega del premio Julio Camba de periodismo, que se celebraba este año aquí en Madrid en los salones del Hotel Palace. Era lo propio: el Palace es un lugar eminentemente cambiano. El columnista vivió allí durante años, al final de su vida, en la habitación 383, como una especie de náufrago de la sociedad en una isla solitaria de elegancia. O no tan solitaria, porque el Palace fue como la pareja de hecho del soltero empedernido que era Camba. Después de todo, ambos compartían muchos gustos y aficiones: el lujo, el cosmopolitismo, la buena mesa… Así que, más que una parada y fonda, dejémoslo en que aquello fue una relación estable.

El caso es que, en la comida del premio, las mesas llevaban nombres de libros de Camba, y resulta que a Luís Pousa, a Ramón Pernas y a mí nos sentaron en la mesa Etc., etc.; lo que me vino muy bien porque me hizo acordarme de aquel personaje de Dieste que encuentra un papel tirado con un «etcétera» escrito y esto conduce a una breve reflexión medio filosófica sobre la discutida palabra.

Discutida, porque hay que decir que el «etc» goza de poca estima entre los gramáticos, que siempre se quejan, con razón, de que se suele utilizar mal. Según las normas es preferible no abreviarlo, no hay que escribirlo más de una vez como hace Camba, no hay que ponerle puntos suspensivos, etc, etc.... Tampoco tiene buena fama entre los escritores. En el libro de estilo de la Associated Press, que fue con el que me formé yo cuando era algo así como periodista, nos decían que si lo que quiere uno es indicar que una lista está incompleta lo mejor es eso: dejarla incompleta y ponerle puntos suspensivos. «Si algo es lo bastante importante como para merecer un etcétera seguramente será lo bastante importante como para ser mencionado», sentenciaban Strunk y White, que durante décadas fueron los árbitros del estilo literario en inglés. En España, el etcétera se ha tolerado históricamente un poco mejor, porque llegó con la moda clasicista del siglo de Oro (et caetera significa en latín «y lo demás») pero luego pasó a ser considerado una pedantería. Sobre eso hasta escribió Pemán una comedia, Los tres etcéteras de don Simón, en la que la trama gira en torno a los equívocos que desencadena esta expresión en un pueblo de Jaén donde el alcalde no sabe lo que significa. Hoy en día, el etcétera se critica más bien por lo contrario: porque se ve como un comodín vulgar y un signo de vagancia.

Lo es, y la verdad es que por eso lo usaba Cervantes (hasta cuatro veces en el Quijote, si no he contado mal). Y no es que a Cervantes le faltasen ideas, precisamente, pero sí era un escritor un poco vago, como él mismo reconocía. Y aún en mucha mayor medida lo era Camba, a quien se le atribuye la sentencia de que toda la civilización no es más que una lucha desesperada del hombre por no tener que trabajar. De modo que, como para él escribir artículos era una condena, soñaba con ahorrárselos con un etcétera, y de ahí seguramente el título de su libro. Claro que con esa actitud también Homero podría haber despachado con un etcétera la famosa lista de las naves aqueas que ocupa el equivalente a diez páginas de la Ilíada; o Dante podía haber escrito «A mitad del camino de nuestra vida, etc», y dar por terminada la Divina Comedia. Cervantes mismo podía haber dejado el Quijote en una línea: «En un lugar de la Mancha, etc.» Y yo creo que, al final, es esta la razón atávica por la que nos inquieta tanto el etcétera: porque es un bicho que, si no se mantiene bajo control, podría ir, por sí solo, devorando como una termita el edificio de la literatura universal.

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