Si uno lee o escucha las noticias día tras día, es para que nuestra mente empiece a vibrar con tonos de ansiedad. Primero, la pandemia, aún no superada, que trajo consigo un grave problema mundial económico y sanitario. Poco después Ucrania, como caja de resonancia, potencia la tragedia. Al mismo tiempo, o como consecuencia, la subida de la energía, que se ha utilizado como arma de guerra. La inflación galopante golpea directamente al ciudadano, cada vez más pobre. La tragedia del frío llegará pronto, y será el rechinar de dientes. Frío y hambre es como una bomba de relojería. Pero si uno sigue leyendo, los ricos son cada vez mas ricos. Las eléctricas siguen con grandes beneficios. Los poderosos nos dicen a los pobres que hay que incrementar los gastos de armamento, a pesar que el pan sube de precio. En las fronteras de los ricos mueren los pobres del otro mundo que quieren entrar a comer las migajas que ya empiezan a escasear en la mesa de los ricos, que precisamente los hicimos pobres. Un fatídico círculo vicioso que pone a prueba nuestras neuronas. Las fuerzas de Occidente, que presumen de la inteligencia y la democracia, se reúnen para sacar virilidad. Unos se expanden, dicen para defenderse, otros atacan también por lo mismo. Y mientras tanto, China se sonríe. Suenan otra vez, tambores de guerra. Las bolsas, esos lugares que comandan el mundo, dan voces de alarma. El dólar se resiente, pero no es noticia. ¿Dónde está la inteligencia que debe sosegar los instintos del guerrero? ¿Dónde está la ONU, existe aún? Europa otra vez el campo de batalla. ¿A quién beneficia? A los ciudadanos no. Tranquilos, somos los que pagamos y morimos por culpa de la penuria mental de los que no utilizan la inteligencia. ¿Locura colectiva?