El manuscrito del primer libro de Cela

Adolfo Sotelo Vázquez CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA DIRECTOR DE LA CÁTEDRA CAMILO JOSÉ CELA

OPINIÓN

María Pedreda

04 ago 2022 . Actualizado a las 11:41 h.

En Memorias, entendimientos y voluntades (1993) Cela recordaba: «Mi primer libro, Pisando la dudosa luz del día, lo escribí del 1 al 11 de noviembre de 1936». Madrid resistía el primer gran evite de las tropas golpistas. El joven Camilo José venía desde 1934 queriendo ser poeta, mientras asistía a las clases de Pedro Salinas y dialogaba sobre sus querencias artísticas con María Zambrano y, sobre todo, con Lolita Franco. A comienzos del otoño del 35 publica en el suplemento literario de El Argentino (La Plata) dos breves poemas y una «auto-presentación» en la que afirma: «Soy poeta porque sí. Cuando Pedro Salinas —mi amigo, mi maestro, mi mayor— me preguntó por qué escribía, no supe qué contestarle». Pronto empezará a saberlo.

 En el doloroso otoño del 36, bajo el marbete del prodigioso endecasílabo del Polifemo gongorino, con un ademán de surrealismo (aprendido en Alberti y Aleixandre) agónico y con la inconfundible huella de Residencia en la tierra, escribe, como postulaba Neruda, versos impuros que meten «las manos en el miedo, en las angustias, en las enfermedades del corazón». La primera en conocer el poemario y su poema clave, Himno a la muerte, Lolita Franco lo definió de modo exacto: «Un estado de conciencia de noche desvelada y pesadillesca, de estar hundida en lo subconsciente, sin día».

El poemario quedó en manuscrito, fechado en 1936. Al acabar la Guerra Civil, Cela retomó su preparación a máquina y el colofón reza con cierto humor: Ediciones de la Santa Paciencia, 1939. Este es el manuscrito, cuyo hallazgo —que me llena de satisfacción como filólogo— completa el conocimiento de todos los manuscritos de las principales obras celianas, desde La familia de Pascual Duarte (1942) a Madera de boj (1999), custodiados en la ejemplar Fundación Pública Galega Camilo José Cela (Iria Flavia). Su propietaria, hija del dueño y director de Ediciones del Zodíaco donde se editó en 1945, María Isabel Maristany, merece mi entero reconocimiento y gratitud.

El manuscrito, que contiene doce poemas, alguno muy extenso, pasa por las manos de algunos amigos, caso de Carlos Martínez Barbeito, quien residía en Barcelona como secretario general en España de la Metro Goldwin Mayer. Tras leerlo, le escribe con acentuado elogio en marzo de 1940: «Por elementos formales, expresivos de tu poesía, por la construcción sintáctica y por los elementos líricos que manejas, creo que forma tu Pisando la dudosa luz del día el tercer vértice del triángulo con Poeta en Nueva York y con Residencia en la tierra». Finalmente, en 1944 lo recibe Carlos F. Maristany. Cela y el editor barcelonés no se conocían personalmente (lo harán el otoño del 45 cuando está en marcha la edición de La colmena) y su correspondencia nos descubre el rigor y el cuidado con el que se conforma la primera edición. En el manuscrito se advierten, de puño y letra de Cela, las siguientes novedades: se decide el subtítulo del libro (Poemas de una adolescencia cruel), se suprime precavidamente el poema Anuncio de una declaración de amor, se añade una nota preliminar y la dedicatoria, se eliminan tres paratextos generales —uno, muy interesante de Max Aub— y, sobre todo, se establecen variantes y se revela la calculada estrategia de Cela en las dedicatorias de los poemas para abrirse horizontes en su forja de escritor profesional.